domingo, 23 de mayo de 2010

SALINAS Y YO












No voy a versear diciendo que éramos íntimos. En el veías a un señor mayor, elegante de buenos modales, que de vez en cuando se daba una vuelta por la editorial a ver cómo andaba la cosa. Como yo estaba justo ahí, se sentaba en mi escritorio, encendía su pipa y, casi siempre hablaba de "papá". Papá esto, papá lo otro. No hubo nadie como papá. Papá, deben haberlo deducido, era José Luis. Si no lo tienen registrado busquen "Cisco Kid".
Yo le decía a todo que sí y al rato se iba tan contento como había llegado, dejando mi oficina impregnada con ese exquisito aroma a tabaco.
Pero esto ocurría después de comenzar a dibujar Dago. Antes había hecho algún que otro laburito en Columba, bien dibujado por cierto, pero de guión intracendente. La editorial siempre tuvo un aire a popular que provocaba desprecio en algunos artistas e intelectuales. Salinas nunca había venido a pedir trabajo. En el tiempo en que los dibujantes estrella emigraban hacia mercados más suculentos, Antonio Presa lo invita a dibujar una serie de Robin Wood. Esto debe haberlo inspirado más que la guita. No cobraba mal, pero nada que ver con el mercado europeo donde podía trabajar, y lo hizo mucho, como en la Fleetway de Londres, o ilustrando con maniática precisión uniformes antiguos para libros de historia especializados en militaria. Si no era en la Osprey, le pego en el poste.
Ya estaba "hecho" como hombre y como artista. Tenía alrededor de sesenta años, sino más. Se tomaba un mes entero para dibujar las doce páginas de Dago. Por éste personaje fue invitado a Italia a recibir el Yellow Kid en la feria de Lucca. Evitó el ostracismo de jubilado al cobijar bajo su ala a algunos pollitos que después se convertirían en profesionales, como Diego Aballay o Marcelo Valentini. Sabía que el maestro también aprende de sus discípulos. Cuentan que, para pasar el rato, enseñaba anatomía en la Escuela de Historieta de Garaycochea y se quedaba seis meses mostrando cómo se dibuja un brazo. A mí no me hubiese importado con tal que fuera él.
Y pasó lo que siempre: faltó el guión de Robin. El olfa de la clase levanta la mano y dice yo lo hago. Así escribí "Giovanna della Constanza", mi primer Dago. ¡Cómo lloré al ver los originales! Caí de rodillas implorando a las fuerzas de la naturaleza que me permitieran vivir sólo media hora más para seguir mirándolas. Le eché un vistazo a Alberto sin animarme a preguntarle qué le había parecido mi guión. Me evitó el trabajo. Con una palmada en la espalda me dijo: vas bien, pibe, pero hay que seguir tomando sopa. Era un halago en su boca.
Hubo más colaboraciones pero poco hablamos de ellas. Fue viniendo menos a la oficina, hasta que, por el exigente trabajo que le demanda, abandona Dago para tomar una miniserie en Italia que nunca terminaba.
Un día, sacó la escopeta del armario, fue al Tiro Federal y sufrió un accidente fatal. Nadie quiso hablar del asunto. ¿Qué más da?
No trato de trazar su perfil, sino de dar una mirada subjetiva de cuánto y cuándo lo conocí. Hay suficiente material por ahí para quien quiera conocer su bio pro.
Al menos hasta ahora, escribo la mitad de los comic books Dago italianos. Pienso en él cuando lo hago. Pienso en él mucho. Y me digo, qué lujo, laburé con Alberto Salinas. Y éste es su hijo.
(IMAGENES) Una tira de "Sandra", su premio, y con padre y maestro.

3 comentarios:

  1. Manuel: Gracias por este recuerdo; y por mencionarme entre sus discípulos. También yo siempre pienso en él cuando dibujo, y a veces le guiño el ojo a una foto frente a mi tablero, en la que los dos nos reímos con el viejo. Fue un caballero y, hasta el día que deje de dibujar, intentaré honrarlo. Él me enseñó que lo importante es el amor por el dibujo y el respeto por los lectores; así nos guió, así nos contagió su magia, y nos pasó la antorcha para que cuidemos el fuego. En eso estamos.
    Abrazo de los fuertes. Larga vida a tu blog, amigo.
    Diego, el Chueco.

    ResponderEliminar
  2. Me vas a ver seguido por aquí, Manuel. Un placer leer tus artículos. Abrazo.

    ResponderEliminar
  3. Chueco, Quique, gracias por sus palabras. Un abrazo. Manuel.

    ResponderEliminar