miércoles, 1 de diciembre de 2010

DELICIOSOS ENTREMESES DE LA NOCHE DE GALA




Siempre salgo perdiendo en los cocktails. Unas veces, ya me clavé varios sanguchitos secos cuando el mozo me avisa que acabaron las vituallas, dejándome a medio camino de una buena cena. Otras, para no perdérmela, dejo pasar camarones, caviar o jabugo, imaginando irme a comer con los amigos que allí se encuentran a una parrilla, pero como todos caranchearon, nadie se prende y termino solo en una pizzería.
Pero no quería hablar de los deliciosos entremeses servidos en la gala del Premio Clarín, no. Quiero hablar de los otros, los literarios, esas obras cortas, a veces autosacramentales, pero otras, bufa profana. En la antigüedad greco romana, pasando por el medioevo, solían interpretarse en ferias, plazas, graneros; hasta que se trepan al teatro moderno como forma de mantener a la audiencia sentada entre número y número. Tuvo la versatilidad de ser absorbida por los por entonces nuevos medios de comunicación masiva, con nombre de “sketch”. Según la cultura de cada nación, fueron alargándose hasta los veinte minutos rebautizados como sitcoms. Según otras, como la nuestra, los hicieron hacer desaparecer para dar paso al show en vivo, la kermesse, los freaks y los bailando por.
La fiesta del Premio Clarín de Novela 2010 se llevó a cabo en las cómodas instalaciones del Malba. Las puertas se abrirían a las 19, pero a los finalistas nos pidieron que fuéramos quince minutos antes. Así fue como nos ubicaron en el pasillo de entrada al auditorio para que entráramos antes que el público asegurándonos un lugar después de la tercera fila, claro. Esos lugares ya habían sido previamente destinados a los invitados especiales.
El grupo de finalistas era chico y traté de individualizarlos. Departí con María Inés Krimer, quien resultaría 1ª mención; con la portadora de seudónimo Rita Cohen, autora de “El asiento vacío”; con Néstor Barrón, amigo mío que coincidentemente también había sido elegido finalista con “Jazz” y con Ergorfo R. Frot (seguramente su nombre anagramado) autor de “All Inclusive”.
Ahí nomás lo encaré presentándome y preguntándole si había sido de él la novela con la que Rosa Montero decía haberse cagado de risa durante todo un vuelo transtlántico. La pregunta no le gustó ni esto. Pero no sabía de qué gallinero venía el palo, por lo que fue cauto preguntando solo un por qué. ¡Por el humor con que fue escrita!, respondí seguro de lo que decía. Ahí se distendió y descubrí que verdaderamente era un humorista burlón que sabía hablar con ironía y seguramente escribir mejor.
Como nuestras mujeres iban a entrar después, con Néstor Barrón decidimos copar seis butacas (el iba con dos de sus hijas) y levantar las asentadores indicando su reserva. Ergorfo se había sentado detrás de mí, con quien seguíamos charlando.
De pronto, un hombre bien atildado, canoso, peinado, de saco de cuero negro, se sentó a mi lado, en la butaca correspondiente a mi mujer. Lo llamé caballero, pero también le advertí que estaba sentado en lugar ocupado.
-¿Ocupado? ¡Sí, claro! ¡Ocupado por mí!- desafió mostrando los dientes.
-Claro, -colejí- ocupado por usted. ¡Ahora! Pero cuando llegue mi mujer, se va a tener que ir. Y, precisamente, ahí viene ella.
-¡Bah! ¡No discuto con impertinentes!- ladró, y se fue caminando de costado como cangrejo, a pasitos cortos, cuidando de no tocar rodillas.
Nuestras mujeres llegaron y se sentaron. Ergorfo le tocó el hombro a la mía.
-Se ve que tu marido te quiere mucho- dijo- No sabés la prueba de amor que acaba de cometer. Rajó al dueño de Editorial Losada para hacerte sentar a vos. Acaba de anotarse una editorial menos donde publicar.
-No me importa- hice un gesto de desdén sin volverme.
-¡Pero Losada está por comprar Alfaguara! –aseguró Ergorfo seriamente.
¡Naaaa! ¡Ni ahí! –comenté ofuscado, descubriendo entonces que Ergorfo se cagaba de risa sin parar. Y me contagió, ¿qué le voy a hacer?
Dicen que nunca debés conocer al autor de tu obra preferida porque vas a llevarte una desilusión. A mi me pasó al revés, ahora que primero conocí al autor, quiero leer “All Inclusive”.





Magnífica vista del Malba la noche del 9 de noviembre

Ergorfo R.Frot y señora haciendo bromas.


¿DONDE ESTA WALLY I? Soy el pelado de saco marrón en medio del salón.


¿DONDE ESTA WALLY II? Fíjense en el costado izquierdo de la cabeza de Roa.



FIN DE DONDE ESTA WALLY. El momento de saber que el premio no era para mí.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

FINALISTA PREMIO CLARIN NOVELA 2010



Mi mujer nació un 13 de junio. Esta era la decimotercera edición del Premio Clarín de Novela. El Canal 13 es la señal de aire del multimedio. Amézaga Torres, seudónimo con que me presenté, tiene 13 caracteres. El número de admisión de la novela fue 213.
Lamentablemente no soy pitagórico. Sabía que estas involuntarias pero floridas coincidencias no alcanzarían. La suerte terminaba para dar paso a la decisión de tres personalidades ilustradas, lúcidas y creativas. Edgardo Cozarinsky, Rosa Montero y Juan Cruz Ruiz, eligieron a “La otra playa” como novela ganadora.
Gustavo Nielsen, su autor, no solo es arquitecto, sino un escritor fogueado, con numerosos libros publicados y veterano finalista de concursos literarios.
Me acuerdo, incluso, cuando en el 97, Nielsen se atrevió a querellar a Editorial Planeta Argentina, por sentirse manipulado en el concurso al enterarse antes del fallo que, presuntamente, la novela ganadora “Plata Quemada” de Piglia, ya estaba contratada, y se le entregaba el premio para darle el espaldarazo. Lo relevante es que ganó el juicio. Me pregunté en ese entonces si Nielsen no estaría a punto de convertirse en un “maldito” de los concursos literarios. Ya ven que no.
Siguiendo con coincidencias curiosas, en el 94, publicó un libro de relatos titulado "Playa Quemada". Por una sola letra no es homonimia perfecta. Cuidado, ni siquiera el propio Nielsen se adjudica dones proféticos.
La primera mención fue para María Inés Krimer, ganadora del Emecé 2009. Otra caminadora. Al reconocerla entre la gente la imaginé como invitada. Ya ven tampoco que no.
“Que vengan a buscarme”, mi novela, es un thriller político. Algo de crónica, bastante de farsa. Como mecanismo inherente, este género, pone la lupa sobre vicios y contradicciones humanas. Los actantes de una farsa, en tanto sujetos, simbolizan su grupo social para modificar o ser modificados por su contexto histórico.
En “Que vengan a buscarme” hay algo de eso. Ojalá, quien la lea, si es que alguien alguna vez lo hace, se ría tanto como yo cuando la escribí.
A pesar de la farragosa coincidencia numerológica, sí hubo una chispa de magia. O, mejor, una sincronía tipo Deepak Chopra. Fue al descubrir que Néstor Barrón, amigo desde hace veinte años, era también uno de los diez finalistas con “Jazz”. Nos confesamos que al enterarnos de la noticia, los dos preferimos callarla para no levantar falsas expectativas. No ganamos nada. Es más, siete de los diez no ganamos nada. Como dijo la licenciada Coca Cola: seguí participando y ganá.

viernes, 22 de octubre de 2010

EL CABALLERO DEL TEMPLO DE JERUSALEN

Los evangelios apócrifos son todos los que quedaron fuera del Nuevo Testamento, después de acaloradas discusiones en concilios teológicos desde el 400 DC. Se los llamó apócrifos, por considerarlos falsos o, mejor dicho, por no encajar en la escolástica eclesiástica que imperaba en el momento. Se debía construir una historia coherente de la religión y así se hizo.
El evangelio de Enoch es un buen ejemplo. Los hermetistas lo aceptan como válido, útil a su doctrina. El de María Magdalena es otro. Está ahí, sin quieren verlo. Su autor es anónimo, como la mayoría de los oficiales, los cuales fueron escritos hasta ciento cincuenta años después de la Crucifixión.
De acuerdo a su evangelio, María, del poblado de Magdala, de ahí Magdalena, era la única que besaba a Jesús en la boca. Aún siendo el hijo de Dios, parece que el fundador de la cristiandad también era hombre. Si bien se cree que, durante sus treinta años en blanco anteriores a su aparición pública, Jesús estudió con la secta de los esenios, quienes predicaban la abstinencia sexual, no significa que él también la practicara.
Parece que, además de ser María Magdalena hermana de ese Lázaro al que Jesús resucitó, fue una de los conjurados en hacer que Jesús sufriera lo menos posible su tormento, sobornando a guardias romanos.
La leyenda va más allá. Antes de morir, Jesús fertilizó el vientre de María, embrión que nacería bajo el nombre de Sara y que, para evitar persecuciones, sería conducida junto a su madre, a los confines del mundo por José de Arimatea, aquel que las leyendas sajonas le atribuyen la protección del Santo Grial. Esos “confines”, serían las costas de la galia romana, habitada por tribus que después serían conocidos como francos.
Uno de estos príncipes, Meroveo, es quien da el nombre a la estirpe. No eran reyes comunes. Se les adjudicaba un origen divino, como a los faraones egipcios, y solo reinaban, no gobernaban. Este trabajo era dejado a sus llamados Mayordomos, menos parecidos a Perkins, que a un presidente constitucional.
Se sigue contando que Sara, al crecer, se convirtió en una mujer hermosa, desposándose con uno de estos príncipes, vaya a saber con cuál, lo que otorgó a esta casa, la leyenda de llevar en su sangre, la de David, es decir, la de Cristo.
El último de ellos fue Childerico II, asesinado en manos de su mayordomo, Pipino El Breve, inaugurando así la dinastía de los carolingios, quienes tomarían su nombre del adalid más célebre que hayan tenido: Carlomagno.
Claro que aquí la rabia continúa aún después de muerto el perro.
Los merovingios habrán sido destituidos del poder de gobernar, pero no del de seguir reproduciéndose como nobles menores.
En los primero años del Nuevo Milenio, el pobre conde de la Baja Lorena, conocido como Godofredo de Bouillón, llevaba en su venas sangre carolingia, de parte de padre y merovingia, de madre.
Dejemos por un momento la historia y comencemos con la ficción.
En “El caballero del Templo de Jerusalén”, Godofredo es anoticiado de su sangre divina a partir de unos antiguos manuscritos. Eso trastoca sus emociones y decide partir a las Cruzadas, al mando de un ejército, en pos de la liberación del Santo Sepulcro, tomado por los musulmanes.
Se trata de una miniserie de seis episodios que Aurea Editorial acaba de terminar de publicar en estos días, dibujada con precisión histórica por Marcelo Valentini, discípulo de Alberto Salinas. Algún lector se sintió decepcionado al ver que Dios no aparecía en ella. Simplemente ficcioné la historia de Godofredo, agregándole ese saber secreto, que necesitaba confirmar en Tierra Santa.
El de Bouillon entra en Jerusalén a sangre y fuego. Por las calles corre la sangre de sus víctimas como ríos. El va directo al Santo Sepulcro, para postrarse a orar. Como ningún jefe cruzado quería detenerse en Jerusalén, le piden a él que lo haga. No seré rey, dice, sino Protector de este lugar sagrado.
Y la historia real entronca con su misión secreta ficcional, aquella que no existe en los libros de historia. Conocedor de su secreto, funda junto a Hugo de Payns, una orden que llamarán “del Templo de Jerusalén”, quedándose para sí las ruinas de este lugar, en el cual Godofredo cree encontrará al fin, la magia de su sangre sagrada. El Sang-real, o Santo Grial.
De acuerdo, les conté el final. Pero podrían también haberlo encontrado en cualquier enciclopedia. Lo relevante es el camino, no la meta.


















martes, 5 de octubre de 2010

REEDICION CRAZY JACK 2009







“Pues bien, las profecías se cumplieron finalmente. La Humanidad ha terminado por destruirse a sí misma. Ya no existe lo que conocemos como Civilización. Los hombres sobreviven como pueden, algunos vagando en grupo, otros refugiados en ciudades fortalezas. Fuera de ellas, la Tierra es peligrosa.

Bandas armadas autodenominadas Ángeles, recorren los caminos montados en sus motocicletas, rifles en bandolera, hediendo a muerte. Desgraciado aquel que se cruce en su camino. Ellos lo quieren todo.

Los ricos han huido con sus negocios a mundos mejores. Marte se ha convertido en un paraíso para exquisitos. Una suerte de exclusivo resort del Sistema Solar.

Sobre la corroída faz de la Tierra ha quedado el resto, los pobres, los astutos que sacan tajada de la miseria, y los afortunados que saben luchar.

Entre ellos existe uno. Uno en especial. Lo llaman Crazy Jack por su mal carácter. Su pasado como militar es brillante. Ha ganado un par de Estrellas en las Guerras Negras de Plutón, aunque jamás se le ha oído hablar de ello.

Su esposa ha muerto tiempo atrás. Nada existe a su espalda por qué luchar. La Tierra se vuelve cada vez más tóxica, bruscamente inestable, peligrosa. Una selva de deshechos humanos, pandillas de Ángeles, androides sin control y otras monstruosidades.

Crazy Jack tiene una única meta. Llegar a Marte como sea, apartando de un feroz codazo a aquello que se le interponga. Solo que no resultará tan sencillo y el camino puede resultar demasiado largo. Véanlo, si no. Véanlo con sus propios ojos…”

Este es el prólogo al comic Crazy Jack, que Thalos Editorial editó en Noviembre de 2009, en dos volúmenes simultáneos y complementarios de exquisito blanco y negro. Sus autores, Ruben Meriggi y yo, estamos de parabienes. Después del Libro 1 de Colección Clásicos, tuvo que pasar una década para que Crazy Jack gozara de una reedición.

En este caso, se seleccionó una saga de 4 episodios donde el objetivo Marte se ve obstaculizado por la aparición de un fantasma. Es obvio que el gigante no se amedrenta ante medio litro de de ectoplasma, antes bien, lo desprecia. Sólo que no se trata de cualquier fantasma sino el del General Robinson, padre de Crazy Jack, quien ha muerto hace veinte años en Las Guerras Negras de Plutón, durante un cobarde y humillante acto, que ha impedido escribir su nombre sobre el Panteón de los héroes caídos en combate.

El fantasma del General busca su cuerpo y con él su redención al demostrar con esas evidencias que no fue un cobarde y luchó hasta el final. Pero ese cuerpo se encuentra hundido entre los tóxicos gases congelados del último planeta del Sistema Solar. El gigante individualista sufre un dilema moral. Detenerse en el paraíso de Marte o ir un poco mas lejos. ¿Qué tal el Infierno Helado?

martes, 28 de septiembre de 2010

DAGOS 2007

Para los desmemoriados o los jóvenes, DAGO comenzó a publicarse en la revista Nippur Magnum en la década del 80. En los 70, Robin Wood había escrito un unitario dibujado por Lucho Olivera titulado “Yo, el esclavo”. Si no fuera por la dificultad espacio-temporal, podría decir que Ridley Scott (director) y David Franzoni (guionista), la adaptaron al cine en “Gladiator”. No sé, todavía tengo mis dudas.
Antonio Presa quería que Robin la convirtiera en serie, pero no situada en Roma. Para las autoridades de Columba, aquel imperio significaba el epítome de la civilización occidental, y no era conveniente enfocarse en uno de sus defectos, como pudo haber sido la esclavitud. Debía situarse en una galaxia muy muy lejana. Ya estaba apalabrado Salinas como su dibujante. Solo faltaba el personaje.
En uno de su escasos viajes a Argentina, Robin Wood se refugió en mis oficinas de la Editorial, que quedaban al fondo de todo, para estar más tranquilo. Junto a él, Antonio Presa y yo. El brainstorming comenzó. Presa tiraba ideas. Robin caminaba peripatéticamente, golpeándose suavemente los labios con un lápiz, señal que estaba pensando. Yo, veinteañero, observaba cada detalle en silencio, sin atreverme a entorpecer el funcionamiento del laboratorio. Una semana después, tenía el primer guión de Dago en mi escritorio.
Ya dije que escribí algunos guiones suplentes durante el período Salinas.
Eura Editoriale de Italia compró casi toda la producción de Robin a Columba. Publicó veinte años en cinco. Columba cerró sus puertas y Robin siguió pruduciendo Dago para Italia, dibujado ahora por Carlos Gomez. Al igual que en Argentina, fue un éxito total. Salinas y Robin recibieron el Yelloy Kid por ello. Se imprimían multitud de monográficos y recopilaciones en tapa dura, a color y en papel satinado. Hasta se creó un Dago mensual, en un formato hasta ese momento nunca experimentado por la Eura. El llamado “bonelliano”. Es el que vemos en Dampyr, Dylan Dog, y Martín Mystere, entre otros.
Aún hoy, Robin Wood produce cómodamente 30 guiones por mes. Vaya a saber cuántos debía hacer a principios de la década del 2000 que es cuando decide abandonar –no del todo- el Dago mensual, para dedicarse, entre muchos otros personajes, al Dago semanal. Nos llama a Ricardo Ferrari y a mí para reemplazarlo. Y ahí nos largamos.
Ya recorrí los del 2006. Ahora van los del 2007.
Nunca estoy muy seguro de cuáles son, porque no los tengo y a veces se encuentran errores en la página web de Aurea Editorial, reconfiguración de la antigua Eura. Pero, en principio, son estos.
“El séptimo círculo”, una aventura fantasmagórica, donde Dago, luego de beber el filtro narcótico ofrecido por una bruja, entra en el Infierno del Dante para liberar el alma de un injustamente condenado.
“La ciudad de Kali”. O Kalikut, en sánscrito, el antiguo nombre de Calcuta. Hasta allí llega Dago para enfrentarse a los “thugs”. Ya saben, esos chicos malos que usan un dogal de seda para ahorcarte mientras dormís.
Hay otro firmado por mí que no reconozco. A veces, los editores cambian el título. Lo dejo pasar.
En “La Sombra de Yahir Khan”, una fortaleza es asediada por ese cruel y fantasmático mercenario que nadie ha visto jamás. Podría ser cualquiera, incluso algún infiltrado que mueve los hilos desde el interior mismo de la fortaleza.
Finalmente “Una espada hecha de estrellas”, trata sobre un forjador de espadas, descendiente de antiguos vikingos, que busca en el Kurdistán un meteorito caído hace cientos de años para forjar una espada con su metal.
Eso es todo. Por ahora.












jueves, 9 de septiembre de 2010

SEGUNDO PREMIO


No fue intención de engañar a mis contados seguidores, sino de gastarles una broma. El post anterior no es crónica, ni aviso, ni presentación, sino un relato corto que participó en el "Concurso de Cuento Policial", organizado en 1999 por el diario "La Voz del Interior" de Córdoba, Argentina. Luis Guzmán, Silvia Iparaguirre y el Jede de Redacción de "La Voz" conformaron el jurado. A "Marketing" le fue otorgado el segundo puesto.
También era la segunda vez que ganaba un premio, pero era como la primera. Mientras El Jefe de "La Voz", me lo comunicaba desde el otro lado del teléfono, yo lloraba arrodillado. No por los mil quinientos pesos/dolar, sino porque había participado voluntariamente del concurso, escrito el cuento especialmente para él, con la expectativa natural que tal hecho conlleva.
Al principio me decía que no podía ganar. Había demasiados talentos dispuestos a un puñado de dólares y un requecho de prestigio. Pues bien, no fue así.
El primer puesto se lo llevó un muchacho de San Francisco, Córdoba. El mío no fue ni tan "last", ni tan "least". Y lo más importante, me dejó una voz literaria que volví a usar en una novela aún inédita. Claro, ya no se trata de un relato corto. Es algo más vasto.
Dificilmente un realizador de cortometrajes pueda rodar un buen largo. Está bien, dirán, los grandes realizadores comenzaron forzosamente rodando clips. Pero no todos los cliperos llegan al largo. O si lo logran, quedan pedaleando en el vacío con su ópera prima. Argentina es uno de los países, en relación a su población, con más únicas óperas primas del mundo. Sin segundas partes, sin otra oportunidad. Con suerte, esos tipos quedan dirigiendo comerciales de Colgate.
Como excepción, recuerdo ese puñado de críticos formados en la mítica revista "Cahiers du Cinema" que se largaron a la calle, cámara en mano, para fundar la "nouvelle vague".
Por volver a la literatura, Borges nunca escribió una novela, aunque siempre exista alguno que intente exhumarla, al menos en el plano de la ficción.
El punto es que había recibido un premio y, por supuesto, viajé a Córdoba a tomar lo que era mío.
A los agasajados nos alojaron provisoriamente en una sala. Entre amigos y familiares, éramos como veinte. Todos se miraban con recelo, duritos y silenciosos como momias. Para romper el hielo, pregunté en voz alta y clara quién había ganado el primer premio. El muchacho de San Francisco levantó la mano tímidamente y como todos entendieron que no estaba prohibido hablar se armó el cotilleo.
Un secretaria rogó que la siguiéramos hasta el salón de actos. Hubo foto, entrevista, placa, copetín y dinero. Pero el jurado faltó a la cita con el viaje pago.
Adujeron paro de controladores aéreos y me pregunté con qué otras tonterías seguirían escondiendo su pereza. Hasta que entré a la sala de abordaje del novísimo aeropuerto cordobés.
Por allí corrían jaurías de niños salvajes, centenas de ellos, extraídos de "El Señor de las Moscas", pero vestidos con uniforme y sin isla desierta. Dios, rogué, no permitas que viajen en mi vuelo. Esta vez, Dios no me escuchó.
Las butacas de clase turista estaba formados por dos filas laterales de tres butacas por línea ocupadas por cabecitas gritándose, peleándose y revoleando bolsos. Yo había elegido ventanilla para ver el paisaje, como hago siempre que vuelo. Un modo de conjurar las fobias. Ya estás en el cielo cuando te morís.
Me senté en la ratonera cuando, a los segundos, un gordo trataba con saliva y sudor encajar el culo entre los estrechos posabrazos de la butaca media. Sin mirarlo, acoté con elegancia que él debía viajar en primera. Aquello llamó su atención. Quería saber más sobre su distinguida persona y cometió el error de preguntar por qué decía yo eso. Por lo ancho de las butacas, tuve que admitir con solemnidad.
El gordo decidió ahí mismo que ya no tenía nada más que hablar conmigo y enrocó su lugar con un silencioso alumno de uniforme azul, quedando el gordo en la butaca del pasillo. Lugar útil para ir a la toilette, aunque carente de estética topográfica.
Mientras miraba el cemento inmóvil de la pista, el gordo se arrodillaba en su butaca, mirando hacia atrás, girando la mano en alto y gritándole a la turba: "¿Cómo viene la mano?" El fuselaje estallaba en agudos aullidos prepúberes que no le hacían nada bien a mi dolor de cabeza. El gordo era el indudable líder hasta que una azafata le ordenó sentarse como es debido y ajustarse el cinturón. La aeronave carreteó y se alzó en el aire como Dumbo.
Al gordo no le bastaba. Aún de espaldas a sus cadetes seguía agitando la mano a grito pelado. Pero el chico a mi lado se mantenía en silencio, acurrucado, pálido con el flequillo pegado con sudor a su frente.
No me siento bien, farfulló, y ahí nomás, vomitó.
Como imaginarán, no era experto en tiro al pichón, por lo que sus perdigones alcanzaron mi pantalón de lino de Sain Laurent, que tanto había atesorado para un día como esos.
El gordo quedó petrificado, en tanto que el chico me miraba como pidiéndome perdón, pero incapaz de conseguirlo. Con un gruñido busqué la bolsa de papel en la guantera. Gracias a Dios. En cuanto la tuvo en su mano volvió a verter en ella lo que quedaba en su estómago. El gordo seguía sin saber qué hacer. La manito ya no le funcionaba.
Llamé a una azafata para que retirara la bolsa usada y trajera nuevas. Para ser sincero, la mujer no hizo nada más que eso. El pibe le importaba un carajo.
Por efecto de su propia naturaleza viscosa, pequeños y blancos corpúsculos predigeridos se negaban a abandonar parte de su cara desencajada. Saqué de mi mochila un paquete de pañuelos de papel para que se limpiara y evitar así mis náuseas. En uno de ellos, vaporicé una buena pinta del carísimo e inhallable "New West" para que aspirara algo agradable que atenuara su malestar. Me miró con miedo preguntándome qué clase de cosa era aquella que le incitaba a aspirar. Se ve que sus padres le habían aconsejado bien.
Perfume, gil, espeté mientras se lo enchufaba de prepo en la ñata. Por suerte, le gustó.
Uy, se admiraba el gordo, cuántas cosas útiles que tenés en la mochila. Sos todo un experto en vuelos.
Yo guardaba más cosas que nunca supo: una tira casi vacía de lexotanil y un ventolín, por las dudas.
El chico seguía sintiéndose mal. Imaginaba yo todavía cuántos esfínteres le quedaban por usar cuando el capitán anunció por altavoz que habíamos llegado a Buenos Aires, pero que sobrevolaríamos la bella ciudad iluminada por dos horas más por problemas técnicos en el aeropuerto. Recordé entonces la excusa del jurado. En efecto, los controladores exigían aumento de suelo. Al pibe lo señalé con el dedo y le ordené que se serenara, mientras sentía que los nervios empezaban su trabajito en mi sistema parasimpático.
Llegué a casa de madrugada. Mi mujer dormía. Tuve que comerme unas porciones de pizza en la barra de La Americana. Pero estaba contento. Venía con mi premio bajo el brazo.

martes, 31 de agosto de 2010

MARKETING

Matar a un tipo no es una boludez. Hay que planearlo con cuidado. Revisar cada punto para que nada falle. Y, claro, elegir al tipo adecuado para hacerlo. Es cierto que yo podría. Tengo los huevos suficientes. Ya lo hice antes. Pero ahora no conviene que me vea envuelto en esto. Por eso necesitaba un asesino. No cualquiera. Alguien que hablara poco. Sin mucha marca. Un fracasado recién salido de prisión después de una condena de seis años por asalto a mano armada. Un desesperado al que los cómplices lo hayan ladeado por yeta. Que ni siquiera tuviera madre a la que llorarle un tango. En síntesis, alguien de medio pelo como Amílcar Benedetto. Me dijeron que lo podía encontrar en el Rodney, frente al cementerio de la Chacarita. No sé, le deberían gustar los fiambres. Aunque cuando chupaba no probaba ni una papa frita. Así en seco, nomás. Se sentaba solo en una mesa. Pedía el tubo de tinto, la liquidaba, y se iba caminando de costado, sin estridencias. Creo que hasta él mismo se tenía compasión. Lo que se dice, una basura humana. El tipo ideal para matar a alguien, desaparecer, y no ser relacionado con la víctima. Todos podrían preguntar, revisar archivos, prontuarios, infracciones impagas y hasta amantes despechadas. Pero nada iba a aparecer. Nadie tendría en cuenta a Amílcar Bennedetto. Esa tarde lo busqué en el Rodney. Le pedí una botella de Carcassone. Demasiado para lo que solía tomar. Se puso tan contento que hasta me enterneció. Pero el guacho no contestaba mis preguntas. Seguía reservado, espiándome a través de las rendijas de sus ojos. Por eso le puse los mil pesos en la mesa. Para romper la desconfianza y asegurarle que estaba tratando con un tipo serio, como yo. Qué hijo de puta. Ni mosqueó. Cualquier infeliz me hubiese chupado las pelotas por la mitad. Me lo imagino llegando a su cuarto inmundo, duro como la momia, esperando cerrar la puerta para saltar, reír, cantar, comprarse un cajón de Carcassone, emborracharse y vomitarse todo encima. Pero al día siguiente se vino con camisa limpia, escondiendo ese minuto de vulgaridad, de grosero onanismo, que todos tememos hacer en público. Hasta con gomina se había peinado el pelotudo. Le dije entonces que tenía que matar a un tipo. Que si no quería el laburo no importaba. Que se quedara nomás con los mil y sitehevistonomeacuerdo. ¿Qué tipo?, preguntó mirando el vaso. ¿Sí o no? Nueve más. ¿Nueve más y agarrás? Nueve más y mato a la familia también. No es necesario, con él me basta. Nueve. Listo. ¿Quién es el tipo?, volvió a preguntar como si nada. Le dije entonces que se trataba del doctor Juan Carlos Pérsico. Un abogaducho que había llegado tarde a los juicios contra el estado, que hasta había escrito un libro sobre la dignidad nacional en relación al mercosur y que tenía algunos amigos en no se qué partido que podían ayudarlo a postularse para una intendencia del conurbano. Benedetto seguía mirándome sin hablar. Ya me estaba calentando. Preguntaba mucho y contestaba poco. Y justo en el momento en que me levantaba para no verlo más dijo que sí. Le aseguré que iba a ayudarlo en todo. Hasta para rajar. Creo que le sugerí Formosa por la frontera con el Paraguay. Al día siguiente le regalé una tarjeta trucha para que pudiera alquilar un coche y darse unas vueltitas por la casa de Pérsico. Para que la viera, nomás, y se fuera familiarizando con el lugar. Cada mañana, a las nueve, Pérsico abría el garaje, sacaba el coche, lo dejaba calentando en la vereda, entraba para despedirse de su esposa y, al fin, arrancaba. Un perfecto perejil para los inseguros tiempos que corren. Es cierto que no era millonario, pero muy pronto iba a serlo. Era un poderoso en gestación. Un aspirante a importante. Un tipo que, quien sabe, podría llegar a ser intendente. Y en la casa la mujer tendría algunas joyas de la abuela. O, sin ir más lejos, la tarjeta de crédito que Pérsico seguía llevando en la billetera, casi como un bien natural. Un candidato al afano. No sé cómo se había venido salvando. Hay gente que tiene un dios aparte. La cosa es que Benedetto hizo todo lo que le ordené. Se estudió los horarios. La indefensión de Pérsico. El lugar exacto donde dejaba el coche. Todo. Pero faltaba algo que Benedetto pedía con insistencia. El arma. Por eso no había problema. Le di una limpia. La probamos en un descampado. Andaba al pelo. Tenía limados el número de serie y un poco el percutor. Para que fuera celosa, nomás. Es mejor cuando un tiene dudas. Pero Benedetto no las tenía. Estaba completamente decidido a ganarse esos diez mil con dignidad. La dignidad que siempre había creído tener, aún con el calzoncillo cagado. Y el día llegó. Benedetto se levantó temprano. Yo, no. Total, no iba a enterarme del asesinato más que por radio. Dio algunas vueltas antes. No era conveniente que lo vieran parado en una esquina. Pero a las nueve menos diez se quedó por ahí, esperando. Cuando oyó los chirridos del portón, aferró la postila aún en el bolsillo. Las balizas titilantes le dijeron que Pérsico estaba saliendo. Miró hacia los costados y cruzó la calle en diagonal de una carrera hacia Pérsico, que ya se estaba bajando del coche. No sé qué extraña fantasía tendrán los tipos que, antes de matar, llaman a la víctima por su nombre. ¿Para qué será? ¿Para que lo último que vean sea la cara de su asesino? ¿Para sentir que están dejando su firma? ¿Porque vieron demasiadas películas? Nunca lo voy a saber, pero Benedetto era de esos. Le gritó: ¡Pérsico! Y Pérsico se volvió esperando vaya a saber qué. En ese momento sonaron los cuetazos. Benedetto pareció tropezarse con algo. No se cayó, no. Siguió trotando hacia Pérsico, pero ahora de un modo grotesco, como un inválido al que lo han empujado de su silla de ruedas. A estas alturas, la pistola de Benedetto colgaba hacia abajo de su dedo índice. Sus piernas querían, pero no podían. Y no era para menos. Tenía un buco negro desde la espalda al pecho. Y allí quedó. Cayendo frente a Pérsico, que lo miraba temblando, anonadado, intentando decir algo aunque le saliera esa estúpida voz de pito que tiene reservada para los momentos de crisis. Alguien de uniforme negro corrió hacia Pérsico con un fal humeando en la mano. Esperaba atento la aparición de más terroristas, delincuentes, chorros, criminales, asesinos, secuestradores o cualquier vago que estuviera escondido por ahí. Pero afortunadamente nadie más apareció. El tipo tranquilizó a Pérsico y ordenó con voz alta y clara a la mujer, que salía de la casa, que volviera a meterse hasta tanto no estuviera seguro de que todo estaba bien. Fue una verdadera suerte que uno de mis empleados anduviera por ahí. Les queda bien el negro, ¿no? Les da cierta autoridad. El color lo elegí yo. Tengo ciertos clientes importantes por el barrio que necesitan de mis servicios. Fue mi empleado quien me informó por handy del incidente antes que pudiera oírlo en la radio. Por eso a la tarde fui a hablar con el doctor Pérsico. Le prometí hacer una investigación paralela a la policía. Ya se sabe, hoy en día ni en ellos se puede confiar habiendo tantos entenados entre ley y marginalidad. Aunque, a mi parecer, el tipo, que días después sabríamos que se llamaba Amílcar Benedetto, trabajaba solo. No creo que quisiera secuestrarlo. Lo más seguro es que fuera un descuidista que vio el coche nuevo. Lo que sí, Pérsico no podía estar más sin custodia. Es un hombre importante ahora. Va a ganar la intendencia y yo lo voy a votar. Mis hombres podrían protegerlo. Habría uno asignado a cada miembro de su familia. Y en el frente de la casa necesitaría focos para la noche. No es imprescindible, pero es mejor. Hay unos automáticos que se encienden por detección infrarroja. Son fenómenos. Hacen descuento al gremio. la nuestra es una empresa de seguridad en expansión. Somos chicos, pero la segunda en importancia de la zona. Contamos con móviles, comunicación, armas, seguro, licencia, todo. Todo lo que se necesita para vivir tranquilo. Esto no debe volver a ocurrir. ¡Se imaginan la desgracia que podría haber sido si...? Mejor ni pensarlo. ¿Le interesaría hablar sobre nuestros presupuestos? Hay para todas las necesidades.





(Ilustracion de Eric Zampieri)

domingo, 22 de agosto de 2010

SUMMIT II


"Hola, Morini. Soy Marcelo Birmajer. Me acuerdo cuando fui a preguntar al concurso de Columba, pero te quiero aclarar varias cosas. 1) Toda mi vida fui un fanático de Nippur y Robin Wood. Mi primer artículo en Fierro fue una defensa irrestricta de Nippur, Dago y Jackaroe. Robin Wood me parece un genio y el reportaje de Sasturain fue lo mejor que vi en la tele en los últimos años. Nunca hubo ninguna rivalidad de los de Fierro contra Columba. Los admirábamos. Al menos de Santis, Sasturain y yo. Me dolió mucho cuando dejó de salir. 2) Todavía me arrepiento de lo que escribí sobre Cabo Savino. Fue una pelotudez mía. Un gran error".
Por inconvenientes técnicos, Marcelo Birmajer no pudo subir este comentario al blog, por lo que decidió el mail como forma más directa.
Marcelo, en verdad no sabía que sintieras esto. Además nos asiste el derecho de sentir y disentir con quien nos de la real gana. Las críticas que se le hacían a Columba no eran infundadas. Era kitsch y conservadora en un momento en que en el aire flotaba una wave de experimentación artística y política. Yo mismo tenía problemas para publicar ahí la línea cyberpunk, que hoy parece tan trillada. Lo dije antes. Tampoco yo consideraba a la gente de Fierro y Superhumor "del otro bando". Pero, a no dudarlo, la tensión existía.
No conozco personalmente a los tres. Digo, a Juan Sasturain, a de Santis y a vos, Marcelo, aunque los haya visto pasar por la calle a mi lado algunas veces, o cuando, por ejemplo, viniste a Columba.
Tenés buena memoria, más un deber que una virtud para un escritor. Apelo a ella cuando una tarde, vos de pie, frente a la librería de viejo Romano, situada en la calle Junín entre Sarmiento y Corrientes; aquella que antes estaba en Lavalle o Tucumán, no lo recuerdo bien, que tenía un entrepiso, un busto de bronce y un cartel que declamaba "Aquí todos somos Sarmiento", y que ya hasta voló de Junín también -vaya a saber adónde-; repito, cuando estabas solo, parado, estudiando la vidriera de la librería, una chiquita rubia, de rulos, anteojos y grandes ojos celestes, te tomó inesperadamente del brazo y te dijo: ¡Grande, Birmajer!
Bueno, era mi mujer.
O como cuando te vimos frente a la AMIA, rodeado de no hispanos, relatándoles la trajedia en inglés. Nos emocionamos sin melodramatismos.
Por suerte para Julio Alvarez Cao, por aquel entonces de sesenta y largos años, no se topó con el Birmajer veinteañero, porque iba a quedar con el ojo morado, de culo en la vereda.
Sigo atentamente a los tres. A Sasturain, a de Santis, y a vos. Soy cholulo de la gente que aporta claridad, reflexión, o crea nuevas preguntas. Ustedes me gustan. Leo sus obras, artículos y reportajes. Sin caer en absurdos reduccionismos, podría decir que las lecturas preferidas de Juan son Chandler y Hammett, las de Pablo, Ellroy y Perutz, y las tuyas, Le Carré y Singer. ¿Me equivoco?
Un placer y un honor que me hayas escrito para informarme sobre lo que desconocía. Alguna vez nos vamos a encontrar todos para levantar una copa. Decidan ustedes colmada con qué.
A propósito, ¿saben de alguna winnery que venda absentia, más conocida como "hada verde" o ajenjo? La bebida preferida de Rimbaud, Mallarmé y Van Gogh. ¡Mamma mía! ¡Qué nenes!

jueves, 19 de agosto de 2010

SUMMIT

Soy un aparato. La única vez que jugué un partido de fútbol en mi vida fue el inolvidable Columba vs. La Urraca. Editorial contra editorial. El Tony contra Humor Registrado.
Cuando vi llegar al equipo rival no reconocí a casi nadie. No estaban Grondona White, ni Juan Sasturain, ni Hugo Paredero, ni el Negro Fontanarrosa, mucho menos Andrés Cascioli. Obviamente tampoco se habían dado cita allí ni Ramón, ni Claudio Columba, ni Robin Wood. Los rivales eran lo que nosotros; personal de planta, digamos. Eso sí, sobresalía entre ellos una cabeza enrrulada. Era Rep.
A los diez minutos de empezar supe que a la pelota no la iba a ver ni cuadrada. Todos los demás jugaban mejor que yo. A pesar de todo, corría como un cohete. Iba de una punta a otra de la cancha esperando una pelota que nadie se atrevía a pasarme. Detrás mío, el metro ochenta de Rep cagaba a patadas a mi escaso 1,68. Una vez lo puteé, pidió perdón y siguió jugando. En un momento, la pelota cayó a mis pies de casualidad, pero ahí estaba el insistente Rep y preferí rifarla a regalarla. No busqué compañeros, no busqué arco. Pateé, literalmente, a la mierda. De pronto oí los gritos de gol. Sentí varias palmadas en la espalda. La había metido.
No recuerdo el resultado exacto. Fue como 2 ó 3 a 0. Goleada rotunda de Columba. Los equipos nos despedimos y nunca los volví a ver. Esa fue la única vez que sentí rivalidad contra la editorial La Urraca. Puramente deportiva. Rep tampoco jugó mal; es que faltó arbitro.
Pero la rivalidad existía. Ellos no vendían nada mal, pero por el tipo de publicaciones populares, nosotros vendíamos más. Ellos se habían convertido en el adalid de la libertad y la democracia en aquellas épocas nefandas, mientras que Columba apostaba a la aventura conservadora. Y hasta teníamos a un espía del Servicio Secreto Inglés, aunque no se si sabrían que Dennis Martin era, en realidad, irlandés. En las páginas de Superhumor se publicaban notas criticando a Columba por su estética kitsch e idiología no comprometida. En tanto, ellos publicaban buenas historias gráficas escritas por Sasturain, de Santis, Trillo, Saccomano; dibujadas por Mandrafina, Altuna, Breccia (padre e hijo). Algunos de ellos, como ven, colaboraron en ambos bandos.
Una vez, Marcelo Birmajer escribió una nota mofándose de Cabo Savino. Julio Alvarez Cao, su guionista, juró que lo cagaría a trompadas allí donde lo viera. No pudo concretar su deseo. Yo sí he vuelto a ver a Birmajer y, por cierto, lo encontré como un lúcido narrador.
De hecho, la vez que Columba organizó un concurso de guiones en el que yo era jurado, vi los de Pablo de Santis y Marcelo Birmajer. Eran buenos, pero no "Columba", sino "Fierro". El ganador es hoy un anónimo, lejos del medio, y miren a dónde han llegado los muchachos del otro bando.
El veredicto del concurso se había retrasado, como ocurre a menudo con estos menesteres. Nos habíamos dividido entre tres los cientos de trabajos recibidos. Sobre mi escritorio había parvas y parvas de papeles arrugados, garabateados con birome, que querían ser guiones. De pronto, Birmajer aparece por la redacción y lo atiendo yo. Quería saber cómo andaba el concurso. Al oír mi respuesta sonrió socarronamente. Supongo que creyó que todo estaba arreglado.
Seguramente no debían leer El Tony ni D'Artagnan salvo para criticarlas, mientras nosotros leíamos y disfrutábamos todo lo que ellos publicaban. Eran buenos, pero nunca terminaron de tragarnos. Lo gracioso es que, en los eventos editoriales, Antonio Presa, jefe de arte de Columba, y Andrés Cascioli, dueño de La Urraca, se sentaban en la misma mesa con sus esposas y se cagaban de risa de toda esta historia.
Un día cerraron. Al tiempo lo hicimos nosotros. Los años se fueron volando. Cada uno se concentró en lo suyo. Hubo Historias de la Historieta Argentina, antologías y ensayos que olvidaron el palo de ejemplares que Columba tiraba cada mes entre sus cinco revistas quincenales. La rivalidad parecía irremediablemente congelada en la historia.
Hasta que Juan Sasturain en su programa "Continuará" de Canal Encuentro, decide dedicar una emisión a Nippur de Lagash y Robin Wood.
Aquello fue único, inaugural. Un verdadero homenaje. Hasta se trató el tema de por qué se decía que Wood había quedado del lado de la "derecha ideológica" y él lo explicó.
Ultimamente, Nippur ha sido reeditado más de una vez y forma indiscutiblemente parte del panorama de la historieta argentina. Ahora sé que Sasturain también lo había leído. Y que la controversia ha quedado definitivamente zanjada.
Para este encuentro memorable, buscado por el propio Juan, solo se me ocurre como título, el del trabajo que grabaron juntos Piazzola y Mulligan. Que digan que exajero, no me importa. Me siento a gusto, satisfecho y emocionado.





(Imágenes: Robin Wood y Juan Sasturain)

miércoles, 11 de agosto de 2010

EL MITO DEMONIKON

Hace seis años fuí convocado por Editorial Thalos para escribir un comic-book de 100 páginas, guión del cual existía ya una serie de personajes y un vago argumento. Nada de título, por el momento. Debo haber buscado veinte, en dos tandas separadas. Ninguno fue aceptado aunque sabía que el nombre estaba entre los diez primeros. Finalmente lo descubrieron donde les había indicado: Demonikon. Tenía gancho, remitía al Necronomicon, al Satiricón y algunos otres "cones" más que andan dando vueltas por ahí. El producto iba a ser dibujado por Rubén Meriggi, se fabricaría el respectivo merchandising -ya se habían modelado en arcilla algunas figuras que deben existir pero que jamás vi ni en fotos- y se vendería a todo el mundo. Me tocaban, por contrato, el 16 % de todas las ganancias. Ni que hablar cuando llegáramos a Hollywood. Por lo menos un Oscar a los FX. Soy más bien cauteloso en cuanto a las expectativas. Pero por decir nomás, si hubiese ocurrido solo el 16 % de lo imaginado, la cosa pintaba bien.
Escribí la primera parte en dos semanas y la entregué. Inmediatamente, Rubén puso, encantado, manos a la obra. Fueron pasando los días, las semanas, los meses. Pero hay que dejar laburar a los artistas. Al medio año, del Demonikon estaba dibujado solo la mitad de la mitad que yo había entregado.
Para aquella época, Thalos había editado otras cosas como la revista Magma. Rubén, en calidad de editor, se dedicaba a un arduo trabajo de convocatoria de colaboradores. No había mucha plata para ellos. Las revistas debían contener material de archivo, ya publicado en el exterior. Por esa razón, el Demonikon seguía durmiendo el sueño de los (in)justos.
En el entretanto, Rubén había publicado un sketch-book bastante interesante con el raff de los principales personajes que se vendió bastante bien y creó gran expecativa en el público. Por entonces, al parecer, la edición tal como se la había pensado -papel finés, satinado y de importante gramaje- resultaba onerosa y los números que iban dictando las demás publicaciones provocaban algunos gestos de cautela en la cúpula de Thalos. Demonikon seguía dibujado solo su primera mitad y sin publicarse.
Los meses pasaron. Llegó Néstor. La economía se enturbiaba. Después aparecieron Cristina y su conflicto con el campo. La interrupción de los transportes mellaron la cadena de distribución y Thalos se detuvo.
Las publicaciones regulares de Thalos, Magma y Pandemonium, sufrieron drásticos cambios de adaptación a la nueva era de vacas flacas. Mientras tanto, del Demonikon, nada.
En los foros especializados se dudaba de su existencia. Podía ser un globo que Thalos había echado a volar. Demonikon terminó por convertirse en un involuntario mito.
Hasta el año pasado. Precisamente entre Noviembre y Diciembre.
Esa primera mitad dibujada se editó. En impresión más modesta, desde luego, pero todavía se encuentra en algunos kioskos. No es menor desde un punto de vista emocional.
Es la historia del arribo a la Tierra del Anticristo, pero desde una nueva perspectiva. El Buen Dios debe asociarse a su eterno enemigo: Lucifer, aunar fuerzas para impedir el final de todo lo conocido. Al parecer, aún queda un resquicio de salvación para los mortales.
También para Demonikon.
Rubén dice estar dibujando la segunda parte de la primera, aunque no me animo a pedirle ver las páginas. Así como fue errática la salida de las demás publicaciones de Thalos, Demonikon no fue la excepción. ¿Cuándo veremos el resto? No tengo idea. ¿Cuándo escribiré la segunda parte? Sé que no será mañana. Pero lo que está, está. Es esto y no está mal.
"No te preocupes por las cosas que no podés controlar", dice el Ripley de Patricia Highsmith. De acuerdo, no me preocupo. Es más, creí que jamás iba a ser editado. ¿De la venta al exterior? Es prematuro hablar de ello. Antes habría que completarlo. ¿Del merchandising? No tengo noticia. ¿De cobrar? Ni hablar. Después de todo es un desquiciado quien al dedicarse a escribir pretende hacerse rico.
Entiéndase bien, esta es una épica sin culpables. Quizá podríamos echarle el fardo a los hados, pero no es conveniente conociendo su irascibilidad.
Insisto en que, tanto como para Rubén Meriggi como para mí, incluso para la cúpula de Thalos, es un orgullo ver tu obra en la calle. Aprovecho, followers, para advertirles,que aún sin final, la historia puede leerse como una unidad. Los sub-plots terminan cerrando y, como en cualquier film de final abierto, nos deja a nosotros imaginar el destino de los mortales.
Además, el arte de Rubén, como era de esperar, es magnífico. Puede entreverse en las imágenes que acompañan esta reflexión.
Esto no es un drama. Es, simplemente, el derrotero que sufren infinidad de obras escritas y/o dibujadas. La mayoría no llega a ver la luz del día. Y si bien dudé en su momento, hoy confirmo que Demonikon sí lo hizo. Acá está. Buenas noches.











miércoles, 4 de agosto de 2010

CERCA DE LO REAL


Su padre fue uno de los escenógrafos más influyentes en el teatro popular y la TV. Recuerda un momento de su niñez viviendo en una casa repleta de tachos de pintura de diez litros amontonados y manchados como pintura de Pollock, respirando yeso seco y enchastrándose con el húmedo.
Después las cosas mejoraron. Ya hubo estudio aparte y casa limpia. Igual parece que lo marcó, porque eligió el arte en lugar de medicina, aunque esto último tenga algo que ver con su presente. Ya van a ver.
Vivió años en un pueblo de Italia, en una casa en la que había una tumba etrusca precintada por las autoridades arqueológicas, que no se debía traspasar. Allá conoció al dibujante Gustavo Trigo, de quien se convirtió en colaborador. Ahora que me acuerdo, muchos episodios de mi "Drakeldorf", publicado en Columba, llevaba sus fondos góticos. Las figuras de Trigo quedaron desnudas, cuando se retiró de la sociedad.
De verdad, no tengo idea de cómo fue su formación. Nunca se lo pregunté. Me basta con ver sus obras. Hiperrealistas las ictiográficas, cosa que conoce al dedillo. O algo poco más alejadas de esa línea, aunque no menos efectiva, como la imagen de arriba.
Fue una acertada decisión la de Antonio Presa, Jefe de Arte de la editorial encargarle la portada del comic-book de Khrysé.
Siguiendo un análisis clásico de ella, vemos a una chica morena, denotando alguien no europeo. Es lo suficiente hermosa para no advertirlo, de ahí su gesto desenfadado, seguro. Está alerta por algo que ha visto a su izquierda. Sentada en un bordillo su cuerpo ha entrado en una tensión que pronto va a convertirse en acción. Me encanta, repito, me encanta donde se puso la pistolita. Un desafío subliminal a los sacrosantos índex de aquella editorial.
La revista Noticias publicó muchas de sus ilustraciones como portadas hasta que descubrieron que cualquier tipo podía hacer montaje con photoshop y les costaba muchísimo menos. Se especializó en pintar con aerógrafo y hasta estudió japonés con la convicción de ir a vivir algún día al País del Sol Naciente, fuerte mercado donde hubiese sido recibido con los brazos abiertos y la chequera en el bolsillo. No se dio. Se quedó acá. Es que no le va tan mal.
Actualmente se nichó en el dibujo médico. Es decir, todas esas cosas asquerosas que uno puede ver en los libros de medicina. Trabaja para Alemania, gana guita y no lo saquen de ahí. Le deja tiempo libre para la pesca, segunda amante luego de su mujer. Les aseguro que ha destinado una salón completo de su casa a este hobby. Equipos para río, para costa y hasta de Alta Mar, cada cosa debidamente en su lugar.
Este es Eduardo Braccalente, amigo con el que cada tanto compartimos un asadito y algunas bebidas espirituosas. A veces, demasiadas. Ahora queremos probar ajenjo, que parece no haber una puta botella en todo Buenos Aires.

viernes, 9 de julio de 2010

EL NIÑO MONSTRUO

Es insólito tener que aclarar que Stephen Jay Gould, además de paleontólogo, haya sido evolucionista. ¿Hay paleontólogos que no lo sean? No sé. Pero que hay docentes, funcionarios y sacerdotes que no. En los Estados Unidos, durante la era Bush, los creacionistas se sintieron amparados por el Gobierno, para tratar de imponer su mitología en las aulas. Me sorprendieron. Los creía extintos y de pronto eran miles. Y con fuerza política.
No hay que confiarse. Esta gente aprovecha cualquier excusa para imponerte su idea. Usando incluso argumentos evolucionistas como los de, por ejemplo, la perfecta ingeniería de un ave voladora.
Volviendo a Stephen Jay Gould, uno de sus mas notables aportes a las ciencias es la idea de los saltos evolutivos cualitativos. Al parecer, la evolución de las especies no se da de manera gradual como se creía sino que muta súbitamente en solo una generación y en comunidad cerrada. La evidencia estaría en los hallazgos. Siempre se encuentra el fósil en formación definitiva y no en proceso. La confusión había surgido ante la cantidad de homínidos encontrados entre los siglos XIX y XX. Si los ponías todos en cierto orden imaginado a partir del darwinismo, es decir, desde un primate hasta el homo sapiens, pasando por Hombres de Pekín, cromagnones y neanderthalensis, entre otros, tenías una muestra de como se llegaba hasta el hombre actual, etapa por etapa. Pueden ver uno de esos gráficos en el Museo de Historia Natural de Parque Centenario, Buenos Aires. Es hermoso. Pero falso.
En verdad, los fósiles habían sido hallados en lugares demasiados distantes entre sí como para sugerir antecesores o sucesores. También era disímil su edad, determinada por el método de Carbono 14, además de la capa geológica donde había sido atrapado. Los que debían ser más viejos eran recientes y viceversa. Esto puso a los hombres a pensar. Stephen Jay Gould fue quien le puso estructura a la teoría del salto cualitativo.
En esa línea escribí Generación Maldita. Un salto mutante de una generación a otra y en una comunidad cerrada. Un matrimonio feliz, engendra un bebé monstruo con la inteligencia suficiente para deshacerse de ellos sin levantar sospechas. Un monstruo con un objetivo preciso, que lo hace caminar en línea recta hacia él, aunque deba vadear ríos, escalar montañas o cruzar en diagonal sembradíos de maíz, destrozando a cada ser humano que se cruce en su camino. Trasiega horfanatos, detectives que siguen horrorizados sus sangrientos crímenes, doctores locos que quiere estudiar su genética, brujas indias mescaleras que lo guían en viajes astrales y hasta "yuris", infiltrados rusos en la sociedad americana, como Anna Chapman, la "femme fatale" capturada hace unos días en Washington por el FBI. Un total de 154 páginas a puro gore flick.
Fue muy divertido escribirla. Pero fue aún más placentero que Daniel Müller la dibujara. Su ambientación de la Guerra Fría fue impecable, acompañada siempre por esa línea clara tan Alex Raymond. Se publicó en la revista D'Artagnan hace catorce años. A los pibes le encantaba. Claudio Columba III, por aquel entonces de nueve años, era mi primer fan. Me recuerdo a mí mismo en esa edad dibujando monstruos terribles (para mí) en las páginas de atrás del cuaderno escolar, inspiradas en las maravillosas postales de cartón, de las figuritas "Marte Ataca", las mismas que Tim Burton tomó para su película.
Pues bien, después de catorce años, en 2010 Editoriale Aurea publica Generación Maldita, inédita hasta ahora en Italia. No se crean, fue mucho tiempo. Un gran período de incubación que se había gestado en solitario y casi había olvidado. Hoy se me aparece como alguien que inesperadamente me trae un regalo. Fue pero que muy emocionante descubrir que Generación Maldita había pasado la prueba de supervivencia. La supervivencia del más apto, en boca de Stephen Jay Gould. Supervivencia: eterno conflicto de las especies, humana incluída.