viernes, 22 de octubre de 2010

EL CABALLERO DEL TEMPLO DE JERUSALEN

Los evangelios apócrifos son todos los que quedaron fuera del Nuevo Testamento, después de acaloradas discusiones en concilios teológicos desde el 400 DC. Se los llamó apócrifos, por considerarlos falsos o, mejor dicho, por no encajar en la escolástica eclesiástica que imperaba en el momento. Se debía construir una historia coherente de la religión y así se hizo.
El evangelio de Enoch es un buen ejemplo. Los hermetistas lo aceptan como válido, útil a su doctrina. El de María Magdalena es otro. Está ahí, sin quieren verlo. Su autor es anónimo, como la mayoría de los oficiales, los cuales fueron escritos hasta ciento cincuenta años después de la Crucifixión.
De acuerdo a su evangelio, María, del poblado de Magdala, de ahí Magdalena, era la única que besaba a Jesús en la boca. Aún siendo el hijo de Dios, parece que el fundador de la cristiandad también era hombre. Si bien se cree que, durante sus treinta años en blanco anteriores a su aparición pública, Jesús estudió con la secta de los esenios, quienes predicaban la abstinencia sexual, no significa que él también la practicara.
Parece que, además de ser María Magdalena hermana de ese Lázaro al que Jesús resucitó, fue una de los conjurados en hacer que Jesús sufriera lo menos posible su tormento, sobornando a guardias romanos.
La leyenda va más allá. Antes de morir, Jesús fertilizó el vientre de María, embrión que nacería bajo el nombre de Sara y que, para evitar persecuciones, sería conducida junto a su madre, a los confines del mundo por José de Arimatea, aquel que las leyendas sajonas le atribuyen la protección del Santo Grial. Esos “confines”, serían las costas de la galia romana, habitada por tribus que después serían conocidos como francos.
Uno de estos príncipes, Meroveo, es quien da el nombre a la estirpe. No eran reyes comunes. Se les adjudicaba un origen divino, como a los faraones egipcios, y solo reinaban, no gobernaban. Este trabajo era dejado a sus llamados Mayordomos, menos parecidos a Perkins, que a un presidente constitucional.
Se sigue contando que Sara, al crecer, se convirtió en una mujer hermosa, desposándose con uno de estos príncipes, vaya a saber con cuál, lo que otorgó a esta casa, la leyenda de llevar en su sangre, la de David, es decir, la de Cristo.
El último de ellos fue Childerico II, asesinado en manos de su mayordomo, Pipino El Breve, inaugurando así la dinastía de los carolingios, quienes tomarían su nombre del adalid más célebre que hayan tenido: Carlomagno.
Claro que aquí la rabia continúa aún después de muerto el perro.
Los merovingios habrán sido destituidos del poder de gobernar, pero no del de seguir reproduciéndose como nobles menores.
En los primero años del Nuevo Milenio, el pobre conde de la Baja Lorena, conocido como Godofredo de Bouillón, llevaba en su venas sangre carolingia, de parte de padre y merovingia, de madre.
Dejemos por un momento la historia y comencemos con la ficción.
En “El caballero del Templo de Jerusalén”, Godofredo es anoticiado de su sangre divina a partir de unos antiguos manuscritos. Eso trastoca sus emociones y decide partir a las Cruzadas, al mando de un ejército, en pos de la liberación del Santo Sepulcro, tomado por los musulmanes.
Se trata de una miniserie de seis episodios que Aurea Editorial acaba de terminar de publicar en estos días, dibujada con precisión histórica por Marcelo Valentini, discípulo de Alberto Salinas. Algún lector se sintió decepcionado al ver que Dios no aparecía en ella. Simplemente ficcioné la historia de Godofredo, agregándole ese saber secreto, que necesitaba confirmar en Tierra Santa.
El de Bouillon entra en Jerusalén a sangre y fuego. Por las calles corre la sangre de sus víctimas como ríos. El va directo al Santo Sepulcro, para postrarse a orar. Como ningún jefe cruzado quería detenerse en Jerusalén, le piden a él que lo haga. No seré rey, dice, sino Protector de este lugar sagrado.
Y la historia real entronca con su misión secreta ficcional, aquella que no existe en los libros de historia. Conocedor de su secreto, funda junto a Hugo de Payns, una orden que llamarán “del Templo de Jerusalén”, quedándose para sí las ruinas de este lugar, en el cual Godofredo cree encontrará al fin, la magia de su sangre sagrada. El Sang-real, o Santo Grial.
De acuerdo, les conté el final. Pero podrían también haberlo encontrado en cualquier enciclopedia. Lo relevante es el camino, no la meta.


















martes, 5 de octubre de 2010

REEDICION CRAZY JACK 2009







“Pues bien, las profecías se cumplieron finalmente. La Humanidad ha terminado por destruirse a sí misma. Ya no existe lo que conocemos como Civilización. Los hombres sobreviven como pueden, algunos vagando en grupo, otros refugiados en ciudades fortalezas. Fuera de ellas, la Tierra es peligrosa.

Bandas armadas autodenominadas Ángeles, recorren los caminos montados en sus motocicletas, rifles en bandolera, hediendo a muerte. Desgraciado aquel que se cruce en su camino. Ellos lo quieren todo.

Los ricos han huido con sus negocios a mundos mejores. Marte se ha convertido en un paraíso para exquisitos. Una suerte de exclusivo resort del Sistema Solar.

Sobre la corroída faz de la Tierra ha quedado el resto, los pobres, los astutos que sacan tajada de la miseria, y los afortunados que saben luchar.

Entre ellos existe uno. Uno en especial. Lo llaman Crazy Jack por su mal carácter. Su pasado como militar es brillante. Ha ganado un par de Estrellas en las Guerras Negras de Plutón, aunque jamás se le ha oído hablar de ello.

Su esposa ha muerto tiempo atrás. Nada existe a su espalda por qué luchar. La Tierra se vuelve cada vez más tóxica, bruscamente inestable, peligrosa. Una selva de deshechos humanos, pandillas de Ángeles, androides sin control y otras monstruosidades.

Crazy Jack tiene una única meta. Llegar a Marte como sea, apartando de un feroz codazo a aquello que se le interponga. Solo que no resultará tan sencillo y el camino puede resultar demasiado largo. Véanlo, si no. Véanlo con sus propios ojos…”

Este es el prólogo al comic Crazy Jack, que Thalos Editorial editó en Noviembre de 2009, en dos volúmenes simultáneos y complementarios de exquisito blanco y negro. Sus autores, Ruben Meriggi y yo, estamos de parabienes. Después del Libro 1 de Colección Clásicos, tuvo que pasar una década para que Crazy Jack gozara de una reedición.

En este caso, se seleccionó una saga de 4 episodios donde el objetivo Marte se ve obstaculizado por la aparición de un fantasma. Es obvio que el gigante no se amedrenta ante medio litro de de ectoplasma, antes bien, lo desprecia. Sólo que no se trata de cualquier fantasma sino el del General Robinson, padre de Crazy Jack, quien ha muerto hace veinte años en Las Guerras Negras de Plutón, durante un cobarde y humillante acto, que ha impedido escribir su nombre sobre el Panteón de los héroes caídos en combate.

El fantasma del General busca su cuerpo y con él su redención al demostrar con esas evidencias que no fue un cobarde y luchó hasta el final. Pero ese cuerpo se encuentra hundido entre los tóxicos gases congelados del último planeta del Sistema Solar. El gigante individualista sufre un dilema moral. Detenerse en el paraíso de Marte o ir un poco mas lejos. ¿Qué tal el Infierno Helado?