martes, 31 de agosto de 2010

MARKETING

Matar a un tipo no es una boludez. Hay que planearlo con cuidado. Revisar cada punto para que nada falle. Y, claro, elegir al tipo adecuado para hacerlo. Es cierto que yo podría. Tengo los huevos suficientes. Ya lo hice antes. Pero ahora no conviene que me vea envuelto en esto. Por eso necesitaba un asesino. No cualquiera. Alguien que hablara poco. Sin mucha marca. Un fracasado recién salido de prisión después de una condena de seis años por asalto a mano armada. Un desesperado al que los cómplices lo hayan ladeado por yeta. Que ni siquiera tuviera madre a la que llorarle un tango. En síntesis, alguien de medio pelo como Amílcar Benedetto. Me dijeron que lo podía encontrar en el Rodney, frente al cementerio de la Chacarita. No sé, le deberían gustar los fiambres. Aunque cuando chupaba no probaba ni una papa frita. Así en seco, nomás. Se sentaba solo en una mesa. Pedía el tubo de tinto, la liquidaba, y se iba caminando de costado, sin estridencias. Creo que hasta él mismo se tenía compasión. Lo que se dice, una basura humana. El tipo ideal para matar a alguien, desaparecer, y no ser relacionado con la víctima. Todos podrían preguntar, revisar archivos, prontuarios, infracciones impagas y hasta amantes despechadas. Pero nada iba a aparecer. Nadie tendría en cuenta a Amílcar Bennedetto. Esa tarde lo busqué en el Rodney. Le pedí una botella de Carcassone. Demasiado para lo que solía tomar. Se puso tan contento que hasta me enterneció. Pero el guacho no contestaba mis preguntas. Seguía reservado, espiándome a través de las rendijas de sus ojos. Por eso le puse los mil pesos en la mesa. Para romper la desconfianza y asegurarle que estaba tratando con un tipo serio, como yo. Qué hijo de puta. Ni mosqueó. Cualquier infeliz me hubiese chupado las pelotas por la mitad. Me lo imagino llegando a su cuarto inmundo, duro como la momia, esperando cerrar la puerta para saltar, reír, cantar, comprarse un cajón de Carcassone, emborracharse y vomitarse todo encima. Pero al día siguiente se vino con camisa limpia, escondiendo ese minuto de vulgaridad, de grosero onanismo, que todos tememos hacer en público. Hasta con gomina se había peinado el pelotudo. Le dije entonces que tenía que matar a un tipo. Que si no quería el laburo no importaba. Que se quedara nomás con los mil y sitehevistonomeacuerdo. ¿Qué tipo?, preguntó mirando el vaso. ¿Sí o no? Nueve más. ¿Nueve más y agarrás? Nueve más y mato a la familia también. No es necesario, con él me basta. Nueve. Listo. ¿Quién es el tipo?, volvió a preguntar como si nada. Le dije entonces que se trataba del doctor Juan Carlos Pérsico. Un abogaducho que había llegado tarde a los juicios contra el estado, que hasta había escrito un libro sobre la dignidad nacional en relación al mercosur y que tenía algunos amigos en no se qué partido que podían ayudarlo a postularse para una intendencia del conurbano. Benedetto seguía mirándome sin hablar. Ya me estaba calentando. Preguntaba mucho y contestaba poco. Y justo en el momento en que me levantaba para no verlo más dijo que sí. Le aseguré que iba a ayudarlo en todo. Hasta para rajar. Creo que le sugerí Formosa por la frontera con el Paraguay. Al día siguiente le regalé una tarjeta trucha para que pudiera alquilar un coche y darse unas vueltitas por la casa de Pérsico. Para que la viera, nomás, y se fuera familiarizando con el lugar. Cada mañana, a las nueve, Pérsico abría el garaje, sacaba el coche, lo dejaba calentando en la vereda, entraba para despedirse de su esposa y, al fin, arrancaba. Un perfecto perejil para los inseguros tiempos que corren. Es cierto que no era millonario, pero muy pronto iba a serlo. Era un poderoso en gestación. Un aspirante a importante. Un tipo que, quien sabe, podría llegar a ser intendente. Y en la casa la mujer tendría algunas joyas de la abuela. O, sin ir más lejos, la tarjeta de crédito que Pérsico seguía llevando en la billetera, casi como un bien natural. Un candidato al afano. No sé cómo se había venido salvando. Hay gente que tiene un dios aparte. La cosa es que Benedetto hizo todo lo que le ordené. Se estudió los horarios. La indefensión de Pérsico. El lugar exacto donde dejaba el coche. Todo. Pero faltaba algo que Benedetto pedía con insistencia. El arma. Por eso no había problema. Le di una limpia. La probamos en un descampado. Andaba al pelo. Tenía limados el número de serie y un poco el percutor. Para que fuera celosa, nomás. Es mejor cuando un tiene dudas. Pero Benedetto no las tenía. Estaba completamente decidido a ganarse esos diez mil con dignidad. La dignidad que siempre había creído tener, aún con el calzoncillo cagado. Y el día llegó. Benedetto se levantó temprano. Yo, no. Total, no iba a enterarme del asesinato más que por radio. Dio algunas vueltas antes. No era conveniente que lo vieran parado en una esquina. Pero a las nueve menos diez se quedó por ahí, esperando. Cuando oyó los chirridos del portón, aferró la postila aún en el bolsillo. Las balizas titilantes le dijeron que Pérsico estaba saliendo. Miró hacia los costados y cruzó la calle en diagonal de una carrera hacia Pérsico, que ya se estaba bajando del coche. No sé qué extraña fantasía tendrán los tipos que, antes de matar, llaman a la víctima por su nombre. ¿Para qué será? ¿Para que lo último que vean sea la cara de su asesino? ¿Para sentir que están dejando su firma? ¿Porque vieron demasiadas películas? Nunca lo voy a saber, pero Benedetto era de esos. Le gritó: ¡Pérsico! Y Pérsico se volvió esperando vaya a saber qué. En ese momento sonaron los cuetazos. Benedetto pareció tropezarse con algo. No se cayó, no. Siguió trotando hacia Pérsico, pero ahora de un modo grotesco, como un inválido al que lo han empujado de su silla de ruedas. A estas alturas, la pistola de Benedetto colgaba hacia abajo de su dedo índice. Sus piernas querían, pero no podían. Y no era para menos. Tenía un buco negro desde la espalda al pecho. Y allí quedó. Cayendo frente a Pérsico, que lo miraba temblando, anonadado, intentando decir algo aunque le saliera esa estúpida voz de pito que tiene reservada para los momentos de crisis. Alguien de uniforme negro corrió hacia Pérsico con un fal humeando en la mano. Esperaba atento la aparición de más terroristas, delincuentes, chorros, criminales, asesinos, secuestradores o cualquier vago que estuviera escondido por ahí. Pero afortunadamente nadie más apareció. El tipo tranquilizó a Pérsico y ordenó con voz alta y clara a la mujer, que salía de la casa, que volviera a meterse hasta tanto no estuviera seguro de que todo estaba bien. Fue una verdadera suerte que uno de mis empleados anduviera por ahí. Les queda bien el negro, ¿no? Les da cierta autoridad. El color lo elegí yo. Tengo ciertos clientes importantes por el barrio que necesitan de mis servicios. Fue mi empleado quien me informó por handy del incidente antes que pudiera oírlo en la radio. Por eso a la tarde fui a hablar con el doctor Pérsico. Le prometí hacer una investigación paralela a la policía. Ya se sabe, hoy en día ni en ellos se puede confiar habiendo tantos entenados entre ley y marginalidad. Aunque, a mi parecer, el tipo, que días después sabríamos que se llamaba Amílcar Benedetto, trabajaba solo. No creo que quisiera secuestrarlo. Lo más seguro es que fuera un descuidista que vio el coche nuevo. Lo que sí, Pérsico no podía estar más sin custodia. Es un hombre importante ahora. Va a ganar la intendencia y yo lo voy a votar. Mis hombres podrían protegerlo. Habría uno asignado a cada miembro de su familia. Y en el frente de la casa necesitaría focos para la noche. No es imprescindible, pero es mejor. Hay unos automáticos que se encienden por detección infrarroja. Son fenómenos. Hacen descuento al gremio. la nuestra es una empresa de seguridad en expansión. Somos chicos, pero la segunda en importancia de la zona. Contamos con móviles, comunicación, armas, seguro, licencia, todo. Todo lo que se necesita para vivir tranquilo. Esto no debe volver a ocurrir. ¡Se imaginan la desgracia que podría haber sido si...? Mejor ni pensarlo. ¿Le interesaría hablar sobre nuestros presupuestos? Hay para todas las necesidades.





(Ilustracion de Eric Zampieri)

domingo, 22 de agosto de 2010

SUMMIT II


"Hola, Morini. Soy Marcelo Birmajer. Me acuerdo cuando fui a preguntar al concurso de Columba, pero te quiero aclarar varias cosas. 1) Toda mi vida fui un fanático de Nippur y Robin Wood. Mi primer artículo en Fierro fue una defensa irrestricta de Nippur, Dago y Jackaroe. Robin Wood me parece un genio y el reportaje de Sasturain fue lo mejor que vi en la tele en los últimos años. Nunca hubo ninguna rivalidad de los de Fierro contra Columba. Los admirábamos. Al menos de Santis, Sasturain y yo. Me dolió mucho cuando dejó de salir. 2) Todavía me arrepiento de lo que escribí sobre Cabo Savino. Fue una pelotudez mía. Un gran error".
Por inconvenientes técnicos, Marcelo Birmajer no pudo subir este comentario al blog, por lo que decidió el mail como forma más directa.
Marcelo, en verdad no sabía que sintieras esto. Además nos asiste el derecho de sentir y disentir con quien nos de la real gana. Las críticas que se le hacían a Columba no eran infundadas. Era kitsch y conservadora en un momento en que en el aire flotaba una wave de experimentación artística y política. Yo mismo tenía problemas para publicar ahí la línea cyberpunk, que hoy parece tan trillada. Lo dije antes. Tampoco yo consideraba a la gente de Fierro y Superhumor "del otro bando". Pero, a no dudarlo, la tensión existía.
No conozco personalmente a los tres. Digo, a Juan Sasturain, a de Santis y a vos, Marcelo, aunque los haya visto pasar por la calle a mi lado algunas veces, o cuando, por ejemplo, viniste a Columba.
Tenés buena memoria, más un deber que una virtud para un escritor. Apelo a ella cuando una tarde, vos de pie, frente a la librería de viejo Romano, situada en la calle Junín entre Sarmiento y Corrientes; aquella que antes estaba en Lavalle o Tucumán, no lo recuerdo bien, que tenía un entrepiso, un busto de bronce y un cartel que declamaba "Aquí todos somos Sarmiento", y que ya hasta voló de Junín también -vaya a saber adónde-; repito, cuando estabas solo, parado, estudiando la vidriera de la librería, una chiquita rubia, de rulos, anteojos y grandes ojos celestes, te tomó inesperadamente del brazo y te dijo: ¡Grande, Birmajer!
Bueno, era mi mujer.
O como cuando te vimos frente a la AMIA, rodeado de no hispanos, relatándoles la trajedia en inglés. Nos emocionamos sin melodramatismos.
Por suerte para Julio Alvarez Cao, por aquel entonces de sesenta y largos años, no se topó con el Birmajer veinteañero, porque iba a quedar con el ojo morado, de culo en la vereda.
Sigo atentamente a los tres. A Sasturain, a de Santis, y a vos. Soy cholulo de la gente que aporta claridad, reflexión, o crea nuevas preguntas. Ustedes me gustan. Leo sus obras, artículos y reportajes. Sin caer en absurdos reduccionismos, podría decir que las lecturas preferidas de Juan son Chandler y Hammett, las de Pablo, Ellroy y Perutz, y las tuyas, Le Carré y Singer. ¿Me equivoco?
Un placer y un honor que me hayas escrito para informarme sobre lo que desconocía. Alguna vez nos vamos a encontrar todos para levantar una copa. Decidan ustedes colmada con qué.
A propósito, ¿saben de alguna winnery que venda absentia, más conocida como "hada verde" o ajenjo? La bebida preferida de Rimbaud, Mallarmé y Van Gogh. ¡Mamma mía! ¡Qué nenes!

jueves, 19 de agosto de 2010

SUMMIT

Soy un aparato. La única vez que jugué un partido de fútbol en mi vida fue el inolvidable Columba vs. La Urraca. Editorial contra editorial. El Tony contra Humor Registrado.
Cuando vi llegar al equipo rival no reconocí a casi nadie. No estaban Grondona White, ni Juan Sasturain, ni Hugo Paredero, ni el Negro Fontanarrosa, mucho menos Andrés Cascioli. Obviamente tampoco se habían dado cita allí ni Ramón, ni Claudio Columba, ni Robin Wood. Los rivales eran lo que nosotros; personal de planta, digamos. Eso sí, sobresalía entre ellos una cabeza enrrulada. Era Rep.
A los diez minutos de empezar supe que a la pelota no la iba a ver ni cuadrada. Todos los demás jugaban mejor que yo. A pesar de todo, corría como un cohete. Iba de una punta a otra de la cancha esperando una pelota que nadie se atrevía a pasarme. Detrás mío, el metro ochenta de Rep cagaba a patadas a mi escaso 1,68. Una vez lo puteé, pidió perdón y siguió jugando. En un momento, la pelota cayó a mis pies de casualidad, pero ahí estaba el insistente Rep y preferí rifarla a regalarla. No busqué compañeros, no busqué arco. Pateé, literalmente, a la mierda. De pronto oí los gritos de gol. Sentí varias palmadas en la espalda. La había metido.
No recuerdo el resultado exacto. Fue como 2 ó 3 a 0. Goleada rotunda de Columba. Los equipos nos despedimos y nunca los volví a ver. Esa fue la única vez que sentí rivalidad contra la editorial La Urraca. Puramente deportiva. Rep tampoco jugó mal; es que faltó arbitro.
Pero la rivalidad existía. Ellos no vendían nada mal, pero por el tipo de publicaciones populares, nosotros vendíamos más. Ellos se habían convertido en el adalid de la libertad y la democracia en aquellas épocas nefandas, mientras que Columba apostaba a la aventura conservadora. Y hasta teníamos a un espía del Servicio Secreto Inglés, aunque no se si sabrían que Dennis Martin era, en realidad, irlandés. En las páginas de Superhumor se publicaban notas criticando a Columba por su estética kitsch e idiología no comprometida. En tanto, ellos publicaban buenas historias gráficas escritas por Sasturain, de Santis, Trillo, Saccomano; dibujadas por Mandrafina, Altuna, Breccia (padre e hijo). Algunos de ellos, como ven, colaboraron en ambos bandos.
Una vez, Marcelo Birmajer escribió una nota mofándose de Cabo Savino. Julio Alvarez Cao, su guionista, juró que lo cagaría a trompadas allí donde lo viera. No pudo concretar su deseo. Yo sí he vuelto a ver a Birmajer y, por cierto, lo encontré como un lúcido narrador.
De hecho, la vez que Columba organizó un concurso de guiones en el que yo era jurado, vi los de Pablo de Santis y Marcelo Birmajer. Eran buenos, pero no "Columba", sino "Fierro". El ganador es hoy un anónimo, lejos del medio, y miren a dónde han llegado los muchachos del otro bando.
El veredicto del concurso se había retrasado, como ocurre a menudo con estos menesteres. Nos habíamos dividido entre tres los cientos de trabajos recibidos. Sobre mi escritorio había parvas y parvas de papeles arrugados, garabateados con birome, que querían ser guiones. De pronto, Birmajer aparece por la redacción y lo atiendo yo. Quería saber cómo andaba el concurso. Al oír mi respuesta sonrió socarronamente. Supongo que creyó que todo estaba arreglado.
Seguramente no debían leer El Tony ni D'Artagnan salvo para criticarlas, mientras nosotros leíamos y disfrutábamos todo lo que ellos publicaban. Eran buenos, pero nunca terminaron de tragarnos. Lo gracioso es que, en los eventos editoriales, Antonio Presa, jefe de arte de Columba, y Andrés Cascioli, dueño de La Urraca, se sentaban en la misma mesa con sus esposas y se cagaban de risa de toda esta historia.
Un día cerraron. Al tiempo lo hicimos nosotros. Los años se fueron volando. Cada uno se concentró en lo suyo. Hubo Historias de la Historieta Argentina, antologías y ensayos que olvidaron el palo de ejemplares que Columba tiraba cada mes entre sus cinco revistas quincenales. La rivalidad parecía irremediablemente congelada en la historia.
Hasta que Juan Sasturain en su programa "Continuará" de Canal Encuentro, decide dedicar una emisión a Nippur de Lagash y Robin Wood.
Aquello fue único, inaugural. Un verdadero homenaje. Hasta se trató el tema de por qué se decía que Wood había quedado del lado de la "derecha ideológica" y él lo explicó.
Ultimamente, Nippur ha sido reeditado más de una vez y forma indiscutiblemente parte del panorama de la historieta argentina. Ahora sé que Sasturain también lo había leído. Y que la controversia ha quedado definitivamente zanjada.
Para este encuentro memorable, buscado por el propio Juan, solo se me ocurre como título, el del trabajo que grabaron juntos Piazzola y Mulligan. Que digan que exajero, no me importa. Me siento a gusto, satisfecho y emocionado.





(Imágenes: Robin Wood y Juan Sasturain)

miércoles, 11 de agosto de 2010

EL MITO DEMONIKON

Hace seis años fuí convocado por Editorial Thalos para escribir un comic-book de 100 páginas, guión del cual existía ya una serie de personajes y un vago argumento. Nada de título, por el momento. Debo haber buscado veinte, en dos tandas separadas. Ninguno fue aceptado aunque sabía que el nombre estaba entre los diez primeros. Finalmente lo descubrieron donde les había indicado: Demonikon. Tenía gancho, remitía al Necronomicon, al Satiricón y algunos otres "cones" más que andan dando vueltas por ahí. El producto iba a ser dibujado por Rubén Meriggi, se fabricaría el respectivo merchandising -ya se habían modelado en arcilla algunas figuras que deben existir pero que jamás vi ni en fotos- y se vendería a todo el mundo. Me tocaban, por contrato, el 16 % de todas las ganancias. Ni que hablar cuando llegáramos a Hollywood. Por lo menos un Oscar a los FX. Soy más bien cauteloso en cuanto a las expectativas. Pero por decir nomás, si hubiese ocurrido solo el 16 % de lo imaginado, la cosa pintaba bien.
Escribí la primera parte en dos semanas y la entregué. Inmediatamente, Rubén puso, encantado, manos a la obra. Fueron pasando los días, las semanas, los meses. Pero hay que dejar laburar a los artistas. Al medio año, del Demonikon estaba dibujado solo la mitad de la mitad que yo había entregado.
Para aquella época, Thalos había editado otras cosas como la revista Magma. Rubén, en calidad de editor, se dedicaba a un arduo trabajo de convocatoria de colaboradores. No había mucha plata para ellos. Las revistas debían contener material de archivo, ya publicado en el exterior. Por esa razón, el Demonikon seguía durmiendo el sueño de los (in)justos.
En el entretanto, Rubén había publicado un sketch-book bastante interesante con el raff de los principales personajes que se vendió bastante bien y creó gran expecativa en el público. Por entonces, al parecer, la edición tal como se la había pensado -papel finés, satinado y de importante gramaje- resultaba onerosa y los números que iban dictando las demás publicaciones provocaban algunos gestos de cautela en la cúpula de Thalos. Demonikon seguía dibujado solo su primera mitad y sin publicarse.
Los meses pasaron. Llegó Néstor. La economía se enturbiaba. Después aparecieron Cristina y su conflicto con el campo. La interrupción de los transportes mellaron la cadena de distribución y Thalos se detuvo.
Las publicaciones regulares de Thalos, Magma y Pandemonium, sufrieron drásticos cambios de adaptación a la nueva era de vacas flacas. Mientras tanto, del Demonikon, nada.
En los foros especializados se dudaba de su existencia. Podía ser un globo que Thalos había echado a volar. Demonikon terminó por convertirse en un involuntario mito.
Hasta el año pasado. Precisamente entre Noviembre y Diciembre.
Esa primera mitad dibujada se editó. En impresión más modesta, desde luego, pero todavía se encuentra en algunos kioskos. No es menor desde un punto de vista emocional.
Es la historia del arribo a la Tierra del Anticristo, pero desde una nueva perspectiva. El Buen Dios debe asociarse a su eterno enemigo: Lucifer, aunar fuerzas para impedir el final de todo lo conocido. Al parecer, aún queda un resquicio de salvación para los mortales.
También para Demonikon.
Rubén dice estar dibujando la segunda parte de la primera, aunque no me animo a pedirle ver las páginas. Así como fue errática la salida de las demás publicaciones de Thalos, Demonikon no fue la excepción. ¿Cuándo veremos el resto? No tengo idea. ¿Cuándo escribiré la segunda parte? Sé que no será mañana. Pero lo que está, está. Es esto y no está mal.
"No te preocupes por las cosas que no podés controlar", dice el Ripley de Patricia Highsmith. De acuerdo, no me preocupo. Es más, creí que jamás iba a ser editado. ¿De la venta al exterior? Es prematuro hablar de ello. Antes habría que completarlo. ¿Del merchandising? No tengo noticia. ¿De cobrar? Ni hablar. Después de todo es un desquiciado quien al dedicarse a escribir pretende hacerse rico.
Entiéndase bien, esta es una épica sin culpables. Quizá podríamos echarle el fardo a los hados, pero no es conveniente conociendo su irascibilidad.
Insisto en que, tanto como para Rubén Meriggi como para mí, incluso para la cúpula de Thalos, es un orgullo ver tu obra en la calle. Aprovecho, followers, para advertirles,que aún sin final, la historia puede leerse como una unidad. Los sub-plots terminan cerrando y, como en cualquier film de final abierto, nos deja a nosotros imaginar el destino de los mortales.
Además, el arte de Rubén, como era de esperar, es magnífico. Puede entreverse en las imágenes que acompañan esta reflexión.
Esto no es un drama. Es, simplemente, el derrotero que sufren infinidad de obras escritas y/o dibujadas. La mayoría no llega a ver la luz del día. Y si bien dudé en su momento, hoy confirmo que Demonikon sí lo hizo. Acá está. Buenas noches.











miércoles, 4 de agosto de 2010

CERCA DE LO REAL


Su padre fue uno de los escenógrafos más influyentes en el teatro popular y la TV. Recuerda un momento de su niñez viviendo en una casa repleta de tachos de pintura de diez litros amontonados y manchados como pintura de Pollock, respirando yeso seco y enchastrándose con el húmedo.
Después las cosas mejoraron. Ya hubo estudio aparte y casa limpia. Igual parece que lo marcó, porque eligió el arte en lugar de medicina, aunque esto último tenga algo que ver con su presente. Ya van a ver.
Vivió años en un pueblo de Italia, en una casa en la que había una tumba etrusca precintada por las autoridades arqueológicas, que no se debía traspasar. Allá conoció al dibujante Gustavo Trigo, de quien se convirtió en colaborador. Ahora que me acuerdo, muchos episodios de mi "Drakeldorf", publicado en Columba, llevaba sus fondos góticos. Las figuras de Trigo quedaron desnudas, cuando se retiró de la sociedad.
De verdad, no tengo idea de cómo fue su formación. Nunca se lo pregunté. Me basta con ver sus obras. Hiperrealistas las ictiográficas, cosa que conoce al dedillo. O algo poco más alejadas de esa línea, aunque no menos efectiva, como la imagen de arriba.
Fue una acertada decisión la de Antonio Presa, Jefe de Arte de la editorial encargarle la portada del comic-book de Khrysé.
Siguiendo un análisis clásico de ella, vemos a una chica morena, denotando alguien no europeo. Es lo suficiente hermosa para no advertirlo, de ahí su gesto desenfadado, seguro. Está alerta por algo que ha visto a su izquierda. Sentada en un bordillo su cuerpo ha entrado en una tensión que pronto va a convertirse en acción. Me encanta, repito, me encanta donde se puso la pistolita. Un desafío subliminal a los sacrosantos índex de aquella editorial.
La revista Noticias publicó muchas de sus ilustraciones como portadas hasta que descubrieron que cualquier tipo podía hacer montaje con photoshop y les costaba muchísimo menos. Se especializó en pintar con aerógrafo y hasta estudió japonés con la convicción de ir a vivir algún día al País del Sol Naciente, fuerte mercado donde hubiese sido recibido con los brazos abiertos y la chequera en el bolsillo. No se dio. Se quedó acá. Es que no le va tan mal.
Actualmente se nichó en el dibujo médico. Es decir, todas esas cosas asquerosas que uno puede ver en los libros de medicina. Trabaja para Alemania, gana guita y no lo saquen de ahí. Le deja tiempo libre para la pesca, segunda amante luego de su mujer. Les aseguro que ha destinado una salón completo de su casa a este hobby. Equipos para río, para costa y hasta de Alta Mar, cada cosa debidamente en su lugar.
Este es Eduardo Braccalente, amigo con el que cada tanto compartimos un asadito y algunas bebidas espirituosas. A veces, demasiadas. Ahora queremos probar ajenjo, que parece no haber una puta botella en todo Buenos Aires.