domingo, 30 de mayo de 2010

HACETE AMIGO DEL COMISARIO

Parece que no tuviera tema. Otra vez el comisario. Es que éste no es el del caballo, sino el del post anterior. Comisario Inspector Eugenio Zapietro. Además de ser Ray Collins es el director del Museo Policial que, entre otras cosas, es más divertido que Disneyworld.
Ahora situémonos en 1991. A Julio Alvarez Cao, guionista del Cabo Savino, Capitán Camacho, etc., etc., etc., se le había diagnosticado un cáncer de pulmón. Vivió un año más y sufrió, pero los convictos saben que un año en una vida no es tanto. Lo aliviaron corticoides, opiáceos y una infatigable ronda de fieles amigos, además de sus dos hijas, que velaban día y noche a su lado. Qué tenés que haber hecho en tu vida para morir abrigado con una frazada de amor.
Yo iba cada semana, no quería meter más manos en el plato. Eugenio tampoco iba todos los días. No le presté atención en su momento, era un tipo ocupado.
Como era de esperar, se interrumpió el delivery de guiones de Julio. A veces me preguntaba cómo se ganaba el pan estando postrado. Tampoco me preocupé por ello. Daba por hecho que contaba con background metálico y una ayuda de los amigos. Me equivoqué en lo primero. En lo segundo, no.
De pronto, a la redacción de Columba, llegó una decena de guiones de los personajes de Julio, firmados por él. No cesaron hasta el día de su muerte.
Por desgracia, en ese momento, solo podían encontrarme a 15 mil kilómetros de distancia. Pero en algún lugar de mi corazón sentía cierta paz. Hacía tiempo que había descubierto el secreto. Desde el momento en que tomé uno de esos guiones. Conocía perfectamente en qué papel y con qué maquina escribía cada uno de los guionistas. No había tanto computadora, Word ni tipografías. Y aunque fueran firmados por Julio Alvarez Cao, esos guiones eran de Zapietro. Además de las antedichas características físicas, las tramas tenían su impronta, no la de Julio. Y nadie se avivó. O quisieron que nadie lo hiciera. Pero no pudieron conmigo. Supe entonces en qué ocupaba su tiempo libre El Comisario. Porque tampoco faltaba ninguno de los guiones que debía entregar a tiempo. Y miren que tenía a su cargo muchos personajes.
Tiempo después le pregunté por qué lo había hecho. Bah, bah, fue la respuesta. El otro días nos invitó a un grupo de amigos a su casa a comer un asado. Cuando le saqué el tema de nuevo me guiñó cómplice un ojo y siguió hablando de novela negra.
Se lo que te digo: hacete amigo del comisario. No te va a dejar en la estacada. Sabiendo, incluso, que no vas a tener tiempo de devolverle el favor.

lunes, 24 de mayo de 2010

domingo, 23 de mayo de 2010

SALINAS Y YO












No voy a versear diciendo que éramos íntimos. En el veías a un señor mayor, elegante de buenos modales, que de vez en cuando se daba una vuelta por la editorial a ver cómo andaba la cosa. Como yo estaba justo ahí, se sentaba en mi escritorio, encendía su pipa y, casi siempre hablaba de "papá". Papá esto, papá lo otro. No hubo nadie como papá. Papá, deben haberlo deducido, era José Luis. Si no lo tienen registrado busquen "Cisco Kid".
Yo le decía a todo que sí y al rato se iba tan contento como había llegado, dejando mi oficina impregnada con ese exquisito aroma a tabaco.
Pero esto ocurría después de comenzar a dibujar Dago. Antes había hecho algún que otro laburito en Columba, bien dibujado por cierto, pero de guión intracendente. La editorial siempre tuvo un aire a popular que provocaba desprecio en algunos artistas e intelectuales. Salinas nunca había venido a pedir trabajo. En el tiempo en que los dibujantes estrella emigraban hacia mercados más suculentos, Antonio Presa lo invita a dibujar una serie de Robin Wood. Esto debe haberlo inspirado más que la guita. No cobraba mal, pero nada que ver con el mercado europeo donde podía trabajar, y lo hizo mucho, como en la Fleetway de Londres, o ilustrando con maniática precisión uniformes antiguos para libros de historia especializados en militaria. Si no era en la Osprey, le pego en el poste.
Ya estaba "hecho" como hombre y como artista. Tenía alrededor de sesenta años, sino más. Se tomaba un mes entero para dibujar las doce páginas de Dago. Por éste personaje fue invitado a Italia a recibir el Yellow Kid en la feria de Lucca. Evitó el ostracismo de jubilado al cobijar bajo su ala a algunos pollitos que después se convertirían en profesionales, como Diego Aballay o Marcelo Valentini. Sabía que el maestro también aprende de sus discípulos. Cuentan que, para pasar el rato, enseñaba anatomía en la Escuela de Historieta de Garaycochea y se quedaba seis meses mostrando cómo se dibuja un brazo. A mí no me hubiese importado con tal que fuera él.
Y pasó lo que siempre: faltó el guión de Robin. El olfa de la clase levanta la mano y dice yo lo hago. Así escribí "Giovanna della Constanza", mi primer Dago. ¡Cómo lloré al ver los originales! Caí de rodillas implorando a las fuerzas de la naturaleza que me permitieran vivir sólo media hora más para seguir mirándolas. Le eché un vistazo a Alberto sin animarme a preguntarle qué le había parecido mi guión. Me evitó el trabajo. Con una palmada en la espalda me dijo: vas bien, pibe, pero hay que seguir tomando sopa. Era un halago en su boca.
Hubo más colaboraciones pero poco hablamos de ellas. Fue viniendo menos a la oficina, hasta que, por el exigente trabajo que le demanda, abandona Dago para tomar una miniserie en Italia que nunca terminaba.
Un día, sacó la escopeta del armario, fue al Tiro Federal y sufrió un accidente fatal. Nadie quiso hablar del asunto. ¿Qué más da?
No trato de trazar su perfil, sino de dar una mirada subjetiva de cuánto y cuándo lo conocí. Hay suficiente material por ahí para quien quiera conocer su bio pro.
Al menos hasta ahora, escribo la mitad de los comic books Dago italianos. Pienso en él cuando lo hago. Pienso en él mucho. Y me digo, qué lujo, laburé con Alberto Salinas. Y éste es su hijo.
(IMAGENES) Una tira de "Sandra", su premio, y con padre y maestro.

miércoles, 19 de mayo de 2010

PRIMER PREMIO








Así lo llamo no porque hubiera un segundo y tercer puesto, sino por ser el primero obtenido en mi vida por mi trabajo. O, mejor dicho, por el nuestro, al compartirlo con el dibujante Alfredo Falugi.



Fue al "comic del año" por "Khrysé", publicada en D'Artagnan a lo largo de más de 60 episodios. Khrysé era el "nomme de guerre" de una belleza chipriota tipo Mariana Arias, amante y empleada de un traficante de armas apodado "El Holandés". Ustedes saben, en los bajos fondos sos más conocido por tu alias. La misión de esta chica era la de seducir a las víctimas de "El Holandés" y dejarlo sin fuerzas para cuando éste golpeara, todo tamizado por el silencioso juego de los Servicios Secretos Internacionales. Un James Bond femenino de los '80, como dijeron en Italia donde se publicó más de una vez. También tuvo su comic book editado por Columba en Colección Clásicos.
El premio nos lo entregó la Asociación Argentina de Editores de Revistas en noviembre de 1993 durante una cena de gala en el Sheraton o similar. Nos lo entregó es una manera de decir porque no fui a recibirlo.
No era que quisiera emular a Marlon Brando o Woody Allen. Simplemente sufría del "síndrome de Pynchon", o de Salinger, o de "Pasavento", o de "Walser". Notable que con tantos nombres no figure en manual médico alguno. Consiste en desaparecer detrás de la obra para dejar que ésta hable por sí misma. No está mal cuando se la tiene grande. Ocurre que la mía es algo exigua por dedicar la mitad del día a coachear guionistas.
Hace algunos años, un escritor que tiene publicadas tres novelas en la Editorial más importante de Argentina, me pidió una cita con mi primo Ricardo, publicista, para que le enseñe a vender más.
Un viejo axioma del periodismo asegura que no tenés más que decir que no vas a dar entrevistas para que todos te pidan una. Como yo intervenía en la conversación, le dije al escritor que hiciera como Pynchon o Salinger, que desapareciera de la sociedad. Mi primo respondió astutamente: pero primero tiene que aparecer. Después de primorosos troquelados rodeados de pilones de ejemplares en las vidrieras de las grandes cadenas, el escritor sigue siendo un low-seller.
En este dilema ideológico no existen dos bibliotecas, sino tres. La que dice que tenés que articular los elementos de tu narración de manera clásica y escribir claro para vender. La que asegura que eso no interesa, que debés dejar fluir tu muñeca como un Aira, aunque no vendas media batata. Y la intermedia, que es con la que me quedo.
En una charla de una librería paqueta de Palermo Soho, un editor chico aseguraba no estar interesado en vender sino en editar joyitas. Es que el tipo tiene guita, no hay otra. Y es una fortuna para todos que sienta esa generosidad.
Volviendo al síndrome, la mía se vende, a veces por aquí, a veces por allá prácticamente sin promoción, es decir, morfo. Pero todo necesita abono.
Un Vila-Matas sale a promocionar sus novedades a cuanta feria lo inviten. Son sus personajes quienes quieren desaparecer, no él.
Los autores que venden -y acá nada tiene que ver la calidad literaria- se pasan el verano de charla en charla por toda la costa para promocionarse. Tened cuidado en esto: no venden porque se promocionan, sino al revés. Es verdad que forman parte de un contrato y que están obligados. Los editores saben que no hay que dejar sola a tu obra. Esa certeza se la debo a mi analista y a Virus: "hay que salir del aujero interior".
Es así que, desde hace ya años, asisto a donde me inviten, sin exagerar, claro, ni parecer figurita repetida como Beto Gianola, aunque ahora que lo pienso, parece un poco más calmado, o será que no veo mucha TV industria nacional.

sábado, 15 de mayo de 2010

UN COMIC BOOK POR AHI

Justo cuando decido abrir un blog, los analistas anuncian su extinción para dar paso a formatos más breves como el microblog de Twitter. Se escribe poco, se lee rápido. Así y todo, cada uno que se tira un pedo abre un blog para anunciarlo.
Está, por caso, el de Verónica Berenciuk -no se bien cómo se escribe- la chica que viajaba en el avión de Antonini Wilson, Uberti y la valija. Está el de Flor Kirchner, que debe dar libre el año por entretenerse demasiado con él. El de Lola Copacabana, que se convirtió en libro. "Más respeto que soy tu madre", fue adaptada al teatro y el de Cumbio logró que llegara a cobrar dos lucas las entrevistas. También, y con esto basta, el de una renombrada periodista que sube digitalmente cada palabra suya que se imprime en papel.
Pero también están los blogs de los dibujantes. Utilísimos a la hora de encontrar alguien que se ajuste a tu trabajo, o viceversa. En los de este tipo no hay mucho que leer, la imagen se expresa de modo instantáneo y contundente, por disparo emocional, aunque después nos detengamos a observar detalles con cuidado.
La lengua escrita, en cambio, es algo más densa. Una serie infinita de signos agrupados en línea horizontal de manera arbitraria, sobre la cual debemos primero identificar los significantes, darle sentido al mínimo conjunto de ellos que es la palabra, para articularla dentro del sintagma, que a su vez articularemos en el texto completo para inteligir su significado. ¿Pero para qué describir lo que el cerebro hace automáticamente en fracción de segundos? Se lee y listo.
Pues no. No es tan sencillo.
El ejercicio de la lectura es practicado por una mínima parte de la población. Uno de los inconvenientes con los que se topan los universitarios es la asignatura llamada "Comprensión de Texto". Cuando les pedís que te expliquen lo que leyeron, entre sus balbuceos descubrís que no entendieron nada. Que alguien se detenga a leer algo es un triunfo, pero como googleando se ven los pingos, yo no podía faltar en el motor.
El hipertexto se expande como galaxias en el ciberespacio y, Eco dixit, a diferencia de la Antigüedad, la tragedia posmoderna no es la falta de información sino el exceso de ella. Se debe saber con precisión qué se busca y saber identificar falso de verdadero so peligro de clickear en la ventana de una chica que, con un mohín, te invita a chatear, para darte cuenta después que te contagió un herpes genito-informático. Y ahora aparezco yo para aportar mi cuota de confusión. Con la diferencia que ni vendo ni contagio. Informo de que va mi trabajo.
Como, por ejemplo, esto: mi primer comic book. El Crazy Jack Nº 1, de Colección Clásicos Columba. Compila los 12 primeros episodios publicados originalmente en la revista D'Artagnan. Tapa de cartulina berreta, papel de diario y un color espantoso. Vendió 20 % menos que los tanques de la editorial, esto es los personajes de Robin Wood. No me pagaron un mango pero no me importó. Iba chocho con mi comic book bajo el brazo. Por aquel entonces era joven y pedante, virtudes que he perdido con el tiempo.
Ya sé que la imagen que acompaña esto es una porquería. No tengo libro para escanearlo. Debo haberlo perdido en alguna mudanza. La levanté de Mercado Libre donde alguien ofrece un viejo y ajado ejemplar a $ 50. Ni loco pago eso. A que, a conformarse.

jueves, 13 de mayo de 2010

NIPPUR DE LAGASH O EL CABALLO DEL COMISARIO




En efecto, escribí 29 episodios de Nippur De Lagash. Una nadería comparado con la totalidad de la obra. Hubo dos más guionistas suplentes y con una cantidad de guiones similar: Armando Fernández y Ricardo Ferrari. Ninguno de los tres fuimos su creador.

Fue Robin Wood quien le imprimió carácter, sustancia, atmósfera.
Fue Robin Wood quien escribió allá por el '67 esa maravillosa "Historia para Lagash", dibujada por Lucho Olivera, cuando aún no sabía que le iban a pedir otro, y otro, y otro hasta contar más de 300.
Fue Robin Wood también el creador de significativos personajes invitados como el gigante Ur-El, Hattusil el hitita jorobado, Karien la Reina de las Amazonas y, como no, de Hiras, su hijo concebido con Nippur, hoy personaje regular en Editoriale Aurea de Italia. Mi aporte al personaje, entonces, fue más bien modesto. Pero la pucha para lo que sirvió.
La cosa surgió como por arte de magia. Para ese entonces ya trabajaba como guionista asistente de Robin y como Jefe de Guionistas de Editorial Columba. Robin vivía en el exterior, como lo sigue haciendo. Enviaba los guiones por correo -los faxes y los mails llegarían después- escritos pulcramente a máquina en papel de seda vía aérea.
Pero no siempre llegaban a tiempo y el episodio debía salir sí o sí. ¿se anima a escribir uno?, pregunta Antonio Presa, Jefe de Arte. Claro que me animo, me animo a todos, después vemos. Los rompecráneos lo llaman omnipotencia infatil. Para que se entienda, por aquel entonces tenía algo más de veinte años. Y así fue que fueron saliendo. Formando parte de la infernal maquinaria de producción llamada Editorial Columba.
Se empezó usando la técnica de ghost writer. Iba firmado con su nombre. ¿Qué me importaba? Estaba escribiendo Nippur nada menos. Quizá Robin se haya quejado de ver algo no escrito por él. Quizá, para ese tiempo, yo estaba haciendo otros personajes y alguien decidió que podía firmarlos. Quizá, ninguna de las dos.
El problema adicional consistía en que, a veces, El Errante iba envuelto en una saga que, creo, ni el mismo Robin sabía cuándo concluiría. Se debía escribir en medio de fuerzas desatadas antes del universo diegético, para ser concluidas "después" por Robin mismo. En otras palabras, el guión debía terminar donde empezaba. Lo que se llama una historia circular. Se le agrega una aventura, respetando el plot principal, pero sin tocar la continuity.
Cuando me presento como guionista, entre otras cosas, de comics, suelo escuchar a mi interlocutor preguntar: ¿Ah, sí? ¿Y qué escribiste? Varias cosas, respondo, entre ellas Nippur de Lagash. Entonces sus ojos se elevan lentamente hasta los tuyos y sentís en ellos cierto aire de complacencia. Alrededor de su cabeza ves como un ectoplasma de gratos recuerdos junto a El Incorruptible. La negociación arranca bien. No es trampa. Simplemente corrí con el caballo del comisario. Y sí, es buen pingo.

martes, 11 de mayo de 2010

8 de Mayo, 20 hs., Feria del Libro




A pesar de la errata con la que figuraba en la página oficial de la Feria modelo 2010 (Moroni en lugar de Morini) fui hacia allí feliz y contento por la invitación.
Con Ruben Meriggi dimos una charla práctica de cómo se hace una historieta. Yo iba relatando cuadro a cuadro algún guión improvisado de Crazy Jack, diciendo en medio algunas boludeces para que Ruben pudiera terminar cada etapa (boceto-plantado-entintado) ante la curiosa mirada de los espectadores. La sala, ¿mitad vacía o mitad llena? Eterno dilema de los depresivos. Tuvimos la maldita suerte de que Quique Alcatena estuviera firmando en el fondo. Pero se hizo a gusto y bien. Fue divertido charlar con chicos y grandes. Una morocha preciosa asentía gravemente ante mi discurso sobre las teorías narrativas, pero no vino a saludarme al final.
Tuvimos a Tu Sam Jr., amigo de la familia, en primera fila, y que alguna vez, antes de sus desafíos, nos mostró una máquina infernal en la que metías una historieta por un lado y a los diez minutos escupía una revista por el otro. Con ella tenía la idea de editar Crazy a pedido. Algo que, por alguna razón desconocida, no se dio.
Así fue discurriendo más de una hora donde se terminó por sortear los dibujos haciendo nosotros una trampa para que se los llevaran tres fans de diez años de preguntas aterradoramente inteligentes.
No me puedo quejar, hasta me obsequiaron un agua mineral. Pero lo lindo fue el encuentro: Meriggi, Massaroli, el mismo Alcatena, Pablo Muñoz. La única decepción fue llegar diez minutos después que se fuera un dibujante al que quería conocer.
La feria termina con cientos de miles de visitantes, o más. El sábado no se podía ni caminar. Curiosidad sabiendo que el promedio de lectura de los argentinos es de medio libro por año. De acuerdo, hay algunos que leen mucho.